EGIPTO Y LA REVOLUCIÓN ÁRABE

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Osvaldo Coggiola

El proceso revolucionario que se extiende por los países árabes tiene un carácter democrático general, con un sello de clase en potencial, y está hegemonizado en las calles por la juventud estudiantil, especialmente universitaria, aunque con presencia masiva de personas de todas las clases sociales. En Egipto y Yemen, la población menor de 30 años constituye, respectivamente, el 63% y el 77% del total. En Egipto, 20 millones de habitantes (casi un cuarto del total) viven con 2 dólares diarios o menos, después de tres décadas de privatizaciones y pérdida de las subvenciones estatales. En paises como Túnez, los jubilados carecen de pensión, los sueldos apenas alcanzan la limosna, y un millón de personas académicamente formadas partieron al exilio por falta de perspectivas laborales. La catástrofe social en curso en los países árabes es el motor imparable de la revolución.

DE LA MISERIA A LA REVUELTA SOCIAL

EGIPTO Y LA REVOLUCIÓN ÁRABE
«Las escasas perspectivas laborales constituyen un factor explosivo. Mujeres, niños, adolescentes, estudiantes de medicina o activistas de derechos humanos, camareros o farmacéuticos, también hay una gran mayoría de parados», según la corresponsal de El Pais: «En las calles se ayudan sin tener en cuenta si son musulmanes o cristianos; se apoyan, se ofrecen agua o se invitan a comer. También se han limpiado las heridas o han corrido a buscar un médico cuando la policía ha disparado a uno o varios de ellos. Ahora se pintan unos a otros la cara con lemas contra el gobierno y se amontonan, carteles en ristre, cantando y gritando contra la represión del régimen de Hosni Mubarak. Han salido a la calle en todos los puntos del país y no piensan volver a sus casas hasta que aquello que anhelan: libertad, seguridad, bienestar, pan y democracia, logre instalarse desde Asuán hasta Alejandría, pasando por El Cairo». ¡Qué respuesta a la provocación (no esclarecida) que, pocos dias antes, habia sesgado decenas de vidas en la explosión de una iglesia cristiana copta, buscando reintroducir una lucha confesional fratricida!

Túnez, Yemen, Jordania, Sudán, Argelia y Egipto están en pie de lucha. En Yemen, el presidente Ali Abdalá Saleh defendia para si un mandato vitalicio… tras 32 años en el poder (las movilizaciones ya lo obligaron a renunciar a ese objetivo). Miles de jóvenes yemeníes se manifestaron en las calles de la capital, Saná, planteando las reivindicaciones más elementales contra la miseria (la tasa de desocupación supera el 35%; la mitad de los 23 millones de habitantes vive por debajo de la línea de pobreza, con menos de dos dólares al día, y carece de instalaciones sanitarias; un tercio sufre hambre crónica) y la caida del gobierno dictatorial. Un acto frente a la Universidad de Saná reunió a 10 mil personas: en las pancartas se leía “Ben Ali se fue después de 20 años, 30 años en Yemen ya basta”. También en Bengazi (Libia) se han producido manifestaciones de envergadura.

Las mujeres jóvenes están plenamente incorporadas a las manifestaciones, en países en que tradicionalmente se las relegaba al segundo (o tercer) plano. El epicentro actual de la lucha se localiza, obviamente, en Egipto, el país más importante, el fiel de la balanza de Medio Oriente. La convocatoria de protestas fue iniciada, hace dos semanas, por la página de facebook “El Mártir”, creada en nombre de un joven egipcio, Khaled Said, muerto a golpes por la policía en la ciudad portuaria de Alejandría.

La revolución egípcia no es el producto de un “efecto dominó” (concepto semejante al de “efecto manada” de los inversores, usado por los economistas para [in]explicar las crisis económicas capitalistas), como afirma la «gran prensa», sino de las contradicciones sociales y políticas acumuladas en más de medio siglo, y de la decadencia del otrora pujante nacionalismo burgués y militar – pequeño burgués (los tres presidentes egipcios [Nasser, Sadat, Mubarak, presidente de la república y general de aviación] desde la caída de la monarquía egípcia, 60 años atrás, han salido del Ejército) que llegó en su momento a promoverse con una fraseología socializante y hasta “socialista” (el nasserismo), concluyendo con una dictadura caudillesca y corrupta: la familia Mubarak, dueña del poder desde hace tres décadas, ha acumulado un patrimonio de… 50 mil millones de dólares.

La miseria social que encendió la mecha revolucionaria, en especial en Túnez y Argelia, evidenció que la potencialidad social de la situación revolucionaria va más allá de sus límites «democráticos». Los métodos típicos de lucha de la clase obrera, la huelga general y la manifestación callejera, son las armas de combate surgidas espontaneamente para derribar al régimen podrido. En Mahalla, Egipto, el escenario de las grandes huelgas obreras textiles en los años recientes, salieron 20 mil trabajadores a las calles. El gobierno que emerja de los escombros del régimen hecho añicos, tendrá que vérselas con ésto.

La propia miseria y desocupación de los graduados universitarios, citada como motor inicial de las movilizaciones en diversos países, es un producto de la decadencia capitalista, acentuada por la actual crisis mundial. Afirmar que se trata de un movimiento manipulado por el imperialismo norteamericano, citando documentos «secretos» que evidenciarían contactos antiguos entre la oposición egipcia y el gobierno yanqui, u observando los movimientos diplomáticos «democráticos» del tándem Barack Obama-Hillary Clinton (que no tienen nada de «estratégicos», como suponen algunos analistas de relaciones internacionales: pocos dias antes de la explosión egipcia, Hillary Clinton dio una muestra de su clarividencia al afirmar: “Nuestra impresión es que el gobierno egipcio es estable”…), afirmar eso significaria defender el cadáver político de Mubarak y consortes, ultimamente sólo apoyado, internacionalmente, por el destacado proyecto de cadáver que es el gobierno centro-derechista de Israel, encabezado por Shimon Peres y Benjamin Netanyahu: aun asi, Netanyahu declaró, inusualmente, que el Estado sionista debe “ser responsable y contenerse al máximo”: «the “cold peace” with Egypt was the most important strategic alliance Israel had in the Middle East», comentou, alarmado, Ha’aretz, usando apropiadamente el verbo «ser» en tiempo pasado.

LA POLÍTICA IMPERIALISTA

El otro apoyador de Mubarak no podia dejar de ser el rey Abdulá de Arabia Saudita, que apeló a la viejísima teoría de la «infiltración»: “Ningún árabe o musulmán puede tolerar una intromisión en la seguridad y la estabilidad de Egipto por aquellos que se infiltran entre el pueblo en nombre de la libertad de expresión, explotándola para inyectar su odio destructivo”. Este bastión de la reacción árabe está precisando de su propia «infiltración», y con urgencia.

Usar como pretexto la constatación de que el imperialismo tiene una mano (o, por lo menos, intenta tenerla) en la oposición callejera, lo que es óbvio, es apenas constatar que el imperialismo no sólo domina el mundo apoyando regimenes reacccionarios, sino haciendo política de todas las maneras posibles. En su momento, a inícios del siglo XX, el imperialismo inglés apoyó, e intentó manipular (con agentes incluídos) la rebelión árabe contra el ultradecadente imperio otomano: ¿existe alguien que defienda, todavia hoy, que el pueblo y la nación árabe estarian mejor bajo el domínio turco?
Después de más de una centena y media de muertes provocadas por la represión de Mubarak, miles de heridos, y más mil prisiones, el movimiento de lucha sólo creció, en El Cairo, Alejandría, Suez, el centro industrial de Mahalla y otras ciudades. La policía utilizó los recursos más brutales, pero también los más mezquinos del manual de la represión. Los agentes antidisturbios lanzaron tanto gas lacrimógeno que se ahogaron a sí mismos, e intentaron encubrir su actuación atacando a periodistas. El toque de queda (de seis de la tarde a siete de la mañana), sin embargo, no asustó a nadie, la gente siguió en la calle. El arresto domiciliario contra el retornado Mohamed El Baradei se tornó ridículo.

El régimen de Mubarak fue abandonado hasta por el ejército (el más numeroso del «mundo árabe»), sometido a una enorme presión popular: «Ce n’est pas une révolte, sire, mais une révolution», podría haber dicho, al estilo del ayuda de cámara de Luis XVI, cualquiera de sus lacayos a la momia gobernante de El Cairo (cuyo rostro es un verdadero catálogo de botox, cirugías faciales y tintura para cabellos). En un graffiti de El Cairo, podía leerse “Que Se Vayan Todos!!!”, así, en castellano, repitiendo la consigna que presidió la movilización revolucionaria en Argentina en 2001. La conciencia de una lucha internacional contra el capital y sus regimenes reaccionarios está presente y se abre paso en Egipto. Contra las falsedades de los teóricos imperialistas, la revolución árabe no pretende restaurar el «expansionismo islámico», o cualquier otro de los fantasmas con que se explota la sabia ignorancia occidental, sino unir al pueblo árabe a la lucha de los oprimidos del mundo.

Los EEUU (que «asisten» a Egipto con fondos de 1.500 millones de dólares anuales; Egipto es su segundo receptor de ayuda económica y militar, después del Estado de Israel; recibe más ayuda económica y militar de EEUU que todos los otros países en el mundo, excepto, claro, Israel) juegan ahora la carta de influenciar al futuro gobierno, y hasta al «Movimiento 6 de Abril», el más activo en las calles (asi bautizado en honor a la «revuelta del pan», del 6 de abril de 2008), abandonando Mubarak a su propia (mala) suerte; la Unión Europea, ese enano político, se ha limitado a reclamar una «transición ordenada».

Obviamente, «la era pos-Mubarak ha comenzado en Washington (y) la primera preocupación de los EE UU ahora es el vacío de poder que Mubarak deja, con el riesgo de que sea ocupado por enemigos de este país», o sea, por un gobierno revolucionario y antiimperialista. Las empresas extranjeras, por las dudas, ya evacuaron a su personal más importante. La lista de las empresas multinacionales que operan en Egipto es impresionante. Por las calles de Cairo se pueden ver los anuncios de IBM, General Motors, McDonald’s, BMW, Vodafone, Shell y docenas de otras empresas occidentales. Estas corporaciones se aprovechan de la mano de obra capacitada pagando sueldos de hambre. La mayor parte de los egipcios gana la miseria de 100 dólares por mes.

El fantasma del «islamismo político», hasta ahora usado por el imperialismo para justificar su apoyo a los regimenes reaccionarios y militarizados de Medio Oriente (en primer lugar, Israel) salió de las catacumbas varios dias después del inicio de las grandes movilizaciones populares, a las que se sumó como furgón de cola (esperó hasta el viernes 28 de enero para llamar a manifestar, cuando ya medio mundo estaba en las calles), con la inefable Hillary Clinton pidiendo su «incorporación al diálogo». En El Pais (de España) un columnista ha creído descubrir la pólvora al plantear que «EEUU y Europa deberán ahora aceptar gobiernos de influencia islamista en los países árabes»: en realidad, los EEUU ya han ido bastante más lejos. Mohamed Badia, líder de los Hermanos Musulmanes de Egipto, pidió tomar también su “taza de té” en las mesas opositoras egípcias, reivindicando “seguridad, comida y apoyo al Ejército para estabilizar la situación”, una preocupación bastante poco incendiaria. Los «Hermanos» denuncian a los antiguos «radicales islámicos» por usar la violencia para obtener el poder político, y se recusaron, inicialmente, a llamar a sus afiliados a participar de la huelga general, aduciendo que no apoyan la desobediencia civil que pueda lastimar el orden público.

«Los nuevos movimientos ya no están marcados por el antiimperialismo, el anticolonialismo o el antisecularismo», afirmó el príncipe «democrático” marroquí, Mulay Hicham: obviamente, ya no hay más colonias en Medio Oriente; la clarificación política sobre el papel del ala proimperialista del movimiento en curso todavia espera, pero sucederá. Al príncipe le esperan también problemas en casa: ya hubo manifestaciones en Tánger y Rabat en apoyo a los egípcios. La onda de choque se extiende: el rey Abdalá de Jordania tuvo que disolver su gobierno tras protestas en su país, nombrando como primer ministro a su asesor militar. Los milicos tienden a aparecer como árbitros en todos los países. Las sucesiones dinástico – «plebeyas» (de origen militar), sin embargo, están con los dias contados («Será muy difícil que triunfen nuevas sucesiones como la de Siria, será dificil que los hijos de Mubarak y Gaddafi puedan sucederles», dijo un analista: en el caso de Mubarak, eso ya ha dejado de ser «dificil») ¿Se viene el fin de las monarquías árabes? Hasta el gobierno chino teme el «contagio árabe», y ha censurado la palabra Egipto en los «microblogs»…

MUBARAK Y LA OPOSICIÓN

La «oposición política» egipcia ha limitado conscientemente la lucha contra el antiguo régimen y sus instituciones. Constituyó un comité de diez líderes – con Mohamed El Baradei, ex director de la Agencia Internacional para la Energía Atómica, Premio Nobel de la Paz en 2005, y los Hermanos Musulmanes -, que serían los responsables de dar los pasos necesarios para una «transición pacífica». En una reunión de diputados, fue designado un grupo multipartidario para «estudiar con el Ejército» el abandono del poder por parte de Mubarak y la formación de un gobierno interino.

Cuando Mohamed El Baradei, que asumió el papel de jefe de la oposición y negociador oficial de la transición, declaró: “No podemos retroceder” («El presidente debe abandonar el país como única manera de salvar a la Nación»), estaba refiriéndose menos a su «voluntad férrea» que a la profundidad inédita del movimiento de lucha popular. El grupo «Todos somos Khaled Said» dijo, sobre Baradei: “Hasta ahora no ha hecho demasiado y depende de él si esta vez quiere de verdad hacer algo. Tuvimos grandes esperanzas en él, pero por el momento no ha hecho, ni se ha arriesgado a nada”. Del otro lado, Naguib Sawiris, ejecutivo multinacional y capo de la familia más rica de Egipto, afirma que «con El Baradei, el mundo de los negocios tendría un verdadero interlocutor». Las cosas se aclaran.

La revolución árabe está haciendo volar por los aires todo el edificio ideológico montado en décadas de propaganda imperialista en la región más crítica del planeta: el Egipto obrero y popular está encabezando una transformación política y de las relaciones internacionales de alcance mundial.

Después de cerrar Al Jazeera (fue expulsada de la plataforma estatal desde la que retransmitía), bloquear el acceso a Internet en todo el país, y dar sus órdenes asesinas, que provocaron el «viernes [28] sangriento”, Hosni Mubarak se aferraba todavia el sábado 29 de enero al poder, y reemplazó a su gabinete en un esfuerzo por «apaciguar los ánimos». El Ejército dejó de empeñarse en la represión, limitándose a blindar las atracciones turísticas, especialmente Charm el Cheij, a orillas del mar Rojo, supuestamente para evitar que se hundiese una de las principales fuentes de divisas del país (los turistas se fugaron igualmente).

Mubarak pasó a apoyarse en su caterva de policias y francotiradores (criminales comunes liberados para ese fin) dirigidos por el jefe de su tenebroso Servicio Secreto, Omar Suleimán (74 años, Director de los Servicios Generales de Inteligencia egipcios desde 1993), formado en Moscú, bajo el régimen staliniano, y luego en West Point, tiene a su cargo la supervisión del bloqueo a Gaza, nombrado vice presidente (cargo vacante desde 1981), «una novedad en un régimen en el que durante 30 años solo había existido el faraón Mubarak y, por debajo de él, súbditos. Suleimán se perfilaba como el hombre de recambio, el hombre encargado de pilotar una hipotética transición». Según Foreign Policy, es el jefe de inteligencia más poderoso de Medio Oriente, incluso por delante del máximo mando del Mosad israelí. Suleimán prometió «abrir un diálogo con todos los partidos de la oposición” (preparando balas para los recalcitrantes que no aceptasen «dialogar» bajo sus condiciones). El general de aviación Ahmed Mohamed Shafiq asumió como primer ministro, era un «golpe blanco» para salvar al régimen.

Los ministros de Defensa y Exteriores mantuvieron sus cargos, mientras el ex director de Instituciones Penitencirias (un masacrador) asumió la cartera de Interior. Su predecesor, Habib el Adli, afirmó, pocos dias antes de las grandes movilizaciones de Egipto (y ya en plena rebelión tunecina): “Somos un gran Estado con apoyo popular. Nuestro país es estable y no tiembla por estas acciones”. Sin temblar, lo rajaron. Mubarak pidió al «nuevo (?) gobierno» «políticas sociales» (subsidios a los alimentos, control de la inflación y ampliación de las ofertas de empleo). Pero el Ejército ya jugaba su propio partido, anunciando que no emplearia las armas contra los manifestantes, y que consideraba “legítimas” sus demandas. “Hosni Mubarak, Omar Suleimán, los dos son agentes de los yanquis”, “Mubarak, Mubarak, el avión te espera”, fue la respuesta de los manifestantes a los pseudo «cambios políticos»: «En la calle no existía otro poder que el de la multitud revolucionaria, que gritaba y gritaba y gritaba contra Mubarak».

LA IRRUPCIÓN REVOLUCIONARIA

Por otro lado, hubo abundantes confraternizaciones entre manifestantes y soldados, síntoma inequívoco de una revolución, con soldados que abrazaban a los manifestantes, los camiones militares que lucían en su lateral frases pintadas como “Mubarak, dictador” o “Mubarak y familia, ilegales”. “No dispararemos contra el pueblo; si nos dan la orden, la desobedeceremos”, dijo un oficial en El Cairo. Los saqueos en los barrios más pobres, como Shubra y Mataria, fueron obra, según los vecinos, de “grupos de policías con ropas civiles, empeñados en crear el caos”. Asi como en Túnez, en cada esquina, grupos de vecinos pusieron barreras con lo que tenían, vehículos y otros objetos, y montaron guardia. El gobierno también cerró la frontera con Gaza para impedir que los palestinos huidos de la prisión de Abu Zabal regresasen a su patria.

El domingo 30, fue quemada y saqueada la sede del Partido Nacional Democrático (de Mubarak). El lunes 31, la policía se replegó ante las manifestaciones; los vecinos armaron grupos de defensa para enfrentar a las bandas que asaltaban comercios y viviendas, con cuchillos, palos o hierros, y haciendo controles de todo el que pasaba. Los arsenales de las prisiones fueron «revisados» por los manifestantes. En cuanto al propalado «vandalismo salvaje contra las sedes de la milenaria cultura egípcia», una cadena humana se formó rápidamente, y protegió el Museo Egipcio de los asaltantes, mucho mejor que la policía.

El punto alto de la rebelión fue alcanzado el martes 1° de febrero, cuando la concentración popular convocada en la Plaza de Tahrir (de la Liberación), epicentro de las luchas, prevista para un millón de personas, reunió en realidad dos millones, que ocuparon todo el espacio de la plaza hasta el centro de El Cairo, bajo el lema “Abajo Mubarak, todos contra Mubarak”, planteándose que las calles no serian desocupadas hasta la caída del gobierno. A la entrada de la plaza se repartieron volantes en árabe, inglés, francés e italiano. En Alejandría (al norte del país) se desarrolló otra marcha, al igual que en Suez, donde alrededor de 200.000 personas se concentraron gritando lemas como “revolución por todas partes”, esto a pesar de que, para amortiguar el impacto de las movilizaciones, el gobierno decretó el cierre del servicio ferroviario y de muchas carreteras.

El Ejército y la «oposición» pasaron a discutir afiebradamente la salida «honrosa» de Mubarak (en realidad, la «honra» del propio Ejército, del que Mubarak es criatura), preservando las bases del régimen a través de una «transición» gubernamental «pacífica». El propio primer ministro turco, Erdogan, que, aliado histórico de los EEUU, pretende jugar un papel independiente en Medio Oriente, recomendó a Mubarak que “escuche las demandas” de sus ciudadanos. La policía, al volver a salir a las calles (para ordenar el tránsito…), fue hostilizada por los manifestantes, que quieren extirpar de raíz el régimen podrido (del que la policía ostenta los distintivos), y castigar a los responsables por la represión salvaje (Mubarak en primer lugar).

Toda la oposición, incluídos los Hermanos Musulmanes, llegó a un acuerdo basado en cuatro puntos: 1) Que Mubarak deje el poder 2) Disolución del Parlamento 3) Nueva Constitución 4) Creación de un «gobierno de transición», sin más especificaciones. Se formó un «grupo de sabios», encargado de establecer los «mecanismos de diálogo para ordenar la transición», en el que participan El Baradei, Amr Musa (secretario de la Liga Árabe) y Ahmed Zewail (premio Nobel de Química en 1999). Un «petit comité», en suma, con presencia de la gran oligarquía árabe y miembros designados por la Academia de Ciencias de Suecia. El papel de árbitro continua en manos del Ejército: nada menos que los Hermanos Musulmanes (a través de Kamel El Hebawy) anunciaron que su apuesta para suceder a Mubarak no era otro que el jefe de Estado Mayor de la Defensa de Egipto, el general Sami Enan.

Entre la «transición pactada» y la lucha por desmontar el régimen policial-represivo se juega la lucha del momento.

El 2 de febrero, un dia después de la enorme movilización, el enfrentamiento asumió caracteristicas de guerra civil. En el discurso de la noche precedente, Mubarak tendió la zanahoria de no re-presentarse en las elecciones de setiembre, para plantear su continuidad en el poder. Los manifestantes, ya en nùmero menor, decidieron quedarse en la Plaza de Tahrir hasta que Mubarak se fuese, el objetivo que los movilizara, y como planteado por sus propios líderes. El discurso de Mubarak, sin embargo, estaba articulado con la organización de un contraataque en el que tomaron parte policías disfrazados, criminales comunes recién liberados y lùmpens de todo tipo, que atacaron brutalmente a los manifestantes, dejando centenas de heridos y algunos muertos, y desalojando la Plaza. El Ejército tomó la palabra para pedir a los manifestantes contra el régimen que regresasen a sus casas ya que su mensaje había sido escuchado y sus demandas conocidas; “Se ha escuchado vuestro mensaje y se van a atender vuestras demandas”, dijo su portavoz. Las tropas dejaron actuar con toda libertad a los provocadores, desnudando su supuesta solidaridad con el pueblo.

El pueblo movilizado re-contraatacó, retomando el control de la Plaza de Tahrir. El Baradei se limitó a declarar su «preocupación» y a acusar a Mubarak de usar una «táctica del terror» (no seria la primera vez…). La «oposición» egipcia mostró, de ese modo, no tener más «táctica» que confiar en la neutralidad favorable del Ejército y en la «presión internacional» (del imperialismo, norteamericano en primer lugar), esto pese a tener a su lado a un pueblo entero en pie de guerra. Los combates callejeros del 2 de febrero, después de nueve dias de ocupación de la Plaza de Tahrir, abrieron una nueva fase, más radical, de la revolucion, y un proceso espectacular de deliberación popular y claricación política; la lucha y el debate político corren paralelos, el proceso es imparable.

No asi su victoria: «La revolución egipcia ha tomado al imperialismo por sorpresa, e incluso ahora varios sectores siguen apoyando a Mubarak, incluso en Estados Unidos. Hay una suerte de ficción democrática como sucedió luego del derrocamiento del hondureño Zelaya, cuando Obama logró hacer creer que se oponía a lo que no quería llamar golpe de estado. Ante el hecho consumado, sin embargo, alienta la ilusión de que las revoluciones pueden alcanzar sus objetivos a fuerza de manifestaciones exclusivamente, o sea sin una fuerza política dirigente y por sobre todo con exclusión de la organización de una insurrección popular armada, y si aceptan una dirección liberal y un recambio político superficial. Esta ilusión está ahora presente en Egipto, aún más cuando esa metodología alcanzó para derrocar al gobierno de Túnez» (Jorge Altamira).

Los EEUU (con su aliado Israel), la variopinta «oposición» egipcia, el Ejército, las masas en rebelión: esos son los protagonistas de la crisis revolucionaria actual, los demás son cadáveres en grados variados de descomposición, Unión Europea incluída. Un «intelectual» (y no de derecha) de la bota (Lucio Caracciolo) llegó a lamentar, en La Repubblica, que «nell’Egitto khedivale l’italiano era lingua franca, usata nell’amministrazione pubblica. Un tipografo di origine livornese, Pietro Michele Meratti, vi fondò nel 1828 il primo servizio di corrieri privati, la Posta Europea, poi assurto a monopolio pubblico. Le diciture delle prime serie di francobolli egiziani erano in italiano… A Torino abbiamo il più importante museo di antichità egizie dopo quello del Cairo», o sea, que los italianos (antes que Italia existiera) encabezaron la lista de ladrones del Egipto histórico (y ahora, claro, se quejan de los «vándalos»), cambiando estampillas (francobolli) por oro (lo que parece ser una especialidad italiana, iniciada en América por el genovés Colón y sus espejitos); lista que incluye a ingleses y franceses, que también se chorrearon entre si (la Piedra Roseta, robada por los franceses durante la invasión napoleónica, fue mejicaneada por los ingleses, y hoy se encuentra en el British Museum): te acordás, hermano, qué tiempos aquellos…

DEL NACIONALISMO AL IMPERIALISMO

El nacionalismo árabe moderno se originó en la lucha contra el imperio otomano, que concluyó con la instauración de monarquias aliadas a los imperialismos occidentales, extremamente corruptas y entreguistas. En Egipto, en julio de 1952, una sublevación armada encabezada por el Movimiento de Oficiales Libres y dirigida por el general Muhammad Naguib, con la participación de Gamal Abdel Nasser, derrocó a la monarquía e instaló la república el 18 de junio de 1953, aboliendo los partidos políticos. Ya bajo la hegemonia de Nasser, el régimen nacionalista se volcó hacia la Unión Soviética, quien le proveía de material militar. Nasser nacionalizó en 1956 el Canal de Suez. Inglaterra, Francia e Israel atacaron Egipto en octubre y noviembre de 1956, fracasando (aun así, para Israel la guerra significó la ocupación del Sinaí y de la Franja de Gaza, que por entonces era parte territorial de Egipto). Con el episodio, ingleses y franceses perdieron casi toda su influencia en Oriente Medio.

La Constitución de 1956 convirtió a Egipto en una República presidencialista, en la que la voluntad de la Asamblea quedaba subordinada a la del propio Nasser. También establecía la existencia de un partido único, la Unión Nacional; la economía fue nacionalizada casi por entero, el «nasserismo» pasó a oficiar de alternativa antiimperialista en todo el Medio Oriente y más allá, a través del movimiento de países no alineados.

Entre 1958 y 1961 Egipto creó, junto con Siria, la República Árabe Unida (RAU), de la que Nasser era presidente. Igualmente formó una alianza con Yemen, en el mismo periodo, que se denominó Estados Árabes Unidos. Estas fueron las máximas realizaciones del panarabismo, expresión típica del nacionalismo árabe contemporáneo, que no llegó más allá. La estructura política interna de Egipto asumió formas corporativas, integrando sindicatos y organizaciones populares, esto es, destruyéndoles todo rasgo de independencia política y organizativa. A la burocratización del régimen se sumó su empantanamiento económico. Finalmente, la cruenta y rápida derrota egípcia en la «guerra de los seis dias» contra Israel (provocándole incluso amputación territorial) marcó el declive final del nasserismo (Nasser murió en 1970) y la aproximación paulatina del régimen nacionalista con el imperialismo norteamericano.

El sucesor de Nasser, Anuar Sadat, inició reformas económicas privatizantes, y de asociación con el capital extranjero. La situación fue relativamente estable hasta que en la guerra del Yom Kippur la lucha militar contra Israel volvió a fracasar, y en 1974 fueron reprimidas con violencia movilizaciones de estudiantes y trabajadores. En 1977, un levantamiento contra el aumento de los precios del pan casi derribó al gobierno de Sadat. La evolución reaccionaria del régimen egípcio culminaría en su alianza estratégica con Israel. Egipto fue el primer país árabe que reconoció la existencia del Estado de Israel: Sadat y el primer ministro israelí Menachem Begin firmaron los Acuerdos de Paz de Camp David, en 1978, bajo los auspicios de los Estados Unidos y la Comunidad Europea.

En el mismo año, Sadat transformó el partido de gobierno en Partido Nacional Democrático, PND (الحزب الوطنى الديمقراطى al-Hizb al-Watanī al-Dīmuqrātī) miembro de la… Internacional Socialista (así como el partido de Ben Ali en Túnez), que a esta altura ya debería adquirir un avión para las necesidades de fuga de sus miembros gobernantes (la Internacional Socialista expulsó ahora al Partido Nacional Democrático porque “incumple los valores que defiende la socialdemocracia”, algo que demoró 30 años en constatar; el 18 de enero, la expulsión habia sido para el Reagrupamiento Consitucional Democrático, RCD, el partido del tunecino Ben Alí). En aquel momento, década de 1970, Sadat se valió de las formaciones islámicas para contener y reprimir la oposición de izquierda y nacionalista. El apoyo a la causa de la independencia palestina se redujo a una mera formalidad, y el régimen acentuó sus rasgos internos antidemocráticos y represivos. La crisis interna también se profundizó: Sadat terminó asesinado por un grupo nacionalista, junto a otros miembros del régimen, durante un desfile militar en 1981. El pais pasó a vivir bajo leyes de emergencia y prohibición de manifestaciones, donde la detención arbitraria está legalizada y donde los civiles pueden ser juzgados por tribunales militares, desde 1981.

Desde entonces, Egipto ha estado en manos de Hosni Mubarak. En 1982 se recuperó el Sinaí, ocupado por Israel, y Mubarak fue «reelegido» en 1987. Estableció de nuevo relaciones diplomáticas con los países árabes y reingresó en la OPEP, pero la guerra de Irak consolidó a Egipto – con su apoyo a la coalición imperialista liderada por Estados Unidos – como principal aliado del imperialismo en Medio Oriente, después de Israel, y con conflictos políticos crecientes con la Organización para la Liberación de Palestina. Mubarak sufrió en 1995 un atentado de militantes islámicos sudaneses, lo que le dió pretexto para incrementar aún más su política de represión que, tras el atentado de Luxor de 17 de noviembre de 1997, llevó a una enorme extensión de las ejecuciones en masa. La evolución reaccionaria del régimen egípcio fue paradigmática de la evolución del nacionalismo burgués «no alineado» a escala mundial.

LUCHAS OBRERAS Y REVOLUCIÓN

La política cada vez más proimperialista, la complicidad abierta con Israel en el combate contra la causa palestina, la represión interna, condujeron al crecimiento de la oposición democrática y de los trabajadores, que alcanzó por momentos niveles de huelga general y rebelión, contenidas con una severa represión.

La «apertura política» egípcia ya tiene historia, y no fue contradictoria con la represión. Fue gradual, y buscó integrar a las oposiciones para recuperar estabilidad política para el régimen de Mubarak.

Durante la década de 1990, Boutros Boutros-Ghali, ex vice primer ministro del país, fue secretario general de la ONU por un quinquenio, dando lustre internacional al régimen egípcio. En el 2000, el PND obtuvo 353 escaños sobre 444 en disputa en la Asamblea Nacional (del restante de los elegidos, cabe destacar 17 diputados «islámicos»). Junto a la Asamblea, y condicionándola, se encuentra la Majlis al-Shura como órgano consultivo integrado por 210 miembros. En 2005, la mayoría del PND se redujo a 317 escaños, los «islámicos», verdaderos vencedores, obtuvieron 88, con los votos restantes dispersos en formaciones menores, incluído el viejo partido nacionalista Wafd, disuelto en 1952.

En 2005, por otro lado, en las elecciones presidenciales, por primera vez en 30 años, hubo varios candidatos, todo bajo presión de los EEUU y la Unión Europea. Para limitar el ascenso islámico, Mubarak aprobó, en 2007, leyes contra la propaganda política de base religiosa, al mismo tiempo que continuó la represión (ampliando los poderes policiales, y suprimiento el control de las elecciones por el Poder Judicial). Lo que ha entrado en crisis terminal, por lo tanto, no es la «dictadura» a secas, sino la dictadura de origen nacionalista que buscó «integrar», subordinada y pseudo-democráticamente, una «oposición» (a los «islámicos» se les permitió presentarse a las elecciones como «independientes»), manteniendo un régimen represivo.

El engendro comenzó a hacer agua con la exitosa huelga de fines de 2006 de la fábrica textil de Ghazl al-Mahala (27 mil trabajadores), cuando hubo manifestaciones que reunieron más de 10 mil trabajadores. Poco después, hubo huelga de tres días de los trabajadores de Mahalla, en diciembre de 2006, desencadenando la oleada de huelgas más importante desde la década de 1940. La segunda huelga de Mahalla de setiembre de 2007 duró seis días. La huelga de Kafr al-Dawwar en febrero de 2007 también duró varios días, y una huelga de trabajadores en la empresa textil de Abu-Makaram, en la ciudad de Sadat, duró 3 semanas (54 dólares mensuales era el salario de los trabajadores textiles en lucha). Contra los sindicatos para-estatales, fue creada en ese momento la Liga de Trabajadores Textiles, organizada por los líderes de la huelga de Mahalla.

Esas luchas fueron mostrando un movimiento obrero fuerte, combativo y estructurado, aunque no a nivel nacional. En 2006 se produjeron 227 huelgas en todo el país; en 2007 se elevó la combatividad hasta llegar a las 580. En 2008, hubo una huelga general convocada por los sindicatos contra el alza del pan, del costo de vida y por aumentos de salarios frente a la llamada “crisis del pan”, producida en medio a alza internacional de los alimentos, provocada por la especulación desatada con la crisis mundial iniciada en los EEUU en 2007. 389 huelgas y protestas se realizaron en los 3 primeros meses de 2008.

Mubarak se aproximó más del imperialismo e Israel, llegando a negarse a abrir el paso de Rafah, en el límite con los territorios palestinos, durante la matanza sionista en Gaza. Pero en Egipto, las luchas obreras y populares fueron cambiando el mapa político. En marzo de 2010 se creó la “Coalición por el Cambio”, “Kifay” (¡Basta!), un frente de fuerzas políticas que agrupó desde los Hermanos Musulmanes hasta las diferentes expresiones de la izquierda como el partido Karama (nasseristas), prohibido, o el Tagammu (socialista).

La crisis egípcia es un aspecto de la crisis mundial: el barril de petróleo volvió a superar los 100 dólares, abriendo un nuevo (y catastrófico) ciclo de especulación mundial; la Bolsa de El Cairo cayó 10%, con inmediatas repercusiones sobre las Bolsas de Paris, New York, Tokyo y Londres, con centenas de compañías metidas hasta el pescuezo en los negociados contratistas egípcios y medio-orientales. La crisis egípcia, por otro lado, puede derribar a uno de los principales bastiones del imperialismo yanqui en todo el mundo. Este retroceso puede llevar a los EEUU a replantear sus provocaciones militares (nucleares inclusive) contra Irán.

La gran burguesia árabe, que simpatizó con los pasos iniciales del movimiento (en el que vió la posibilidad de librarase de la asfixia provocada por dictaduras burocráticas ultracorruptas) ya expresó (por la boca de Khalid Janahi, capo del «islamic banking» y del Arab Business Council) que su preocupación actual es con el «orden», y que Egipto (de Mubarak), al final, e(ra) el «más moderno» de los países medio-orientales, y el primero a aceptar las recomendaciones del Arab Business Council.

«Libertad… para los negocios” es el límite de la «revolución» para la gran burguesia. El Foro Económico Mundial de Davos, a su vez, optó por el «mutis por el foro», o sea, apostar en todas las cartas en juego (desde luego que la democracia, para Bill Gates y sus «filantrópicos» consortes, no pasa de una palabra escrita sobre papel higiénico). Un golpe militar «pacificador» conformaria a todos estos sectores, y está puesto sobre el tapete político egípcio.

Desde el punto de vista de la revolución y la lucha popular, está planteada la unificación de los trabajadores del norte de Africa, Egipto, Palestina, Siria y Jordania, exigiendo el fin de la ocupación de Irak y la retirada de las tropas de Israel de todos los territorios exteriores a sus fronteras de 1948, como paso inicial hacia una Palestina única, republicana, laica y democrática, en el marco de la unificación socialista del Medio Oriente.

Una victoria revolucionaria también plantearia un terremoto político en Israel: «La revolución egipcia ocupa un lugar internacional excepcional por la simple razón de que amenaza hasta sus fundamentos toda la estructura de opresión del sionismo sobre la nación palestina. Este es el hecho, por encima de cualquier otro, que acelera la polarización política y el ritmo de la revolución al interior de Egipto.

Israel es incompatible con una revolución victoriosa, por eso obstaculiza cualquier contemporización con las masas. Esto explica el apoyo incondicional que la propia Autoridad Palestina está dando a Mubarak, porque el derrocamiento de éste pondría en peligro todos los acuerdos de ella con el sionismo y pondría fin a su propia supervivencia» (Jorge Altamira). Mohamed El Baradei ya se apresuró a declarar que su gobierno no sería hostil a Israel, una garantía dirigida menos al Estado sionista que a los EEUU: el problema está en si éstos creen a El Baradei capaz de controlar algo en Egipto…

Los «países emergentes» están en el centro de la crisis mundial, porque en aquellos la crisis desnuda contradicciones históricas mucho más explosivas que cualquier país «desarrollado». La revolución árabe, en su nueva fase, trasciende su viejo contenido nacionalista, y replantea la estrategia mundial de la lucha por el socialismo. El Medio Oriente se ha convertido en el centro de la lucha de clases mundial, y Egipto en el centro político del Medio Oriente.

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