GUIDO DONOSO BLEICHNER

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La Razón

Óscar Díaz

Cómo llorar a un buen muerto ha sido siempre, para mí, una preocupación vital. Lo noté cuando se fue de nuestro lado Jorge Suárez, periodista y escritor yungueño, ex director de Correo del Sur en Sucre, autor de El otro gallo y de regios sonetos, formador de cuentistas. ¿Cómo llenar el vacío que dejan esos personajes excepcionales? Cómo llorar a un buen muerto.

Necesité saberlo y busqué con desesperación y pasé noches de mal dormir las veces en que me adelanté a despedir para siempre a mis padres, a mis catedráticos Gonzalo Gantier y Lidia Valverde, a mi profesora de primer grado Graciela Ulivarri, a la periodista, literata e historiadora Lupe Cajías; me enorgullezco de andar pregonando el cachito de conocimientos que alcancé a aprehender de ellos, mis queridos maestros, a quienes pido perdón por llorarlos a la hora equivocada. Créanme que el corazón no puede concebirlo, pero la cabeza, inexorable como es, redacta el mismo guión para todos.

Acaba de irse, a donde ni siquiera intuimos, un hombre de esos que uno no debería llorar así nomás. Guido Donoso Bleichner se llevó a la tumba una parte gruesa de la historia del periodismo chuquisaqueño y boliviano. Lo mismo que ocurrió con su padre, Don Gregorio, fundador de la decana Radio La Plata, un referente de la prensa nacional. Como todo verdadero maestro: en silencio y sin exigir nada a cambio, guió los pasos de varias generaciones. Un amigo suyo, Aldo Quaglini, lo recordó así en el Cementerio General de Sucre: “Dejaste una escuela en tus allegados, fuiste periodista hasta tus últimos días cuando a tu señora esposa, Juana, le decías, luego de tu primera operación: ‘Parece que se han equivocado, me sigue doliendo y más fuerte’”.

Con Guido, por una cuestión generacional, no compartí mucho pero sabía de la importancia de seguir sus huellas, de escucharlo, verle practicar la prudencia con la grabadora para actuar en consecuencia, como mandan los códigos de ética. Por esto lo recuerda Iván Ramos, uno de sus “hijos” adoptivos en la profesión, quien destaca además su constancia, su integridad moral, su sencillez como periodista y como persona. Yolanda Barrientos hizo sus primeras vocalizaciones en los micrófonos al lado de Guido y de él resalta su tolerancia, su seriedad y su carácter humano. Todos mencionan su defensa de la radio como tradición.

Recientemente me di una vuelta por los antiguos estudios de la calle Avaroa y pude comprobar que el indefectible vínculo de tradición sucrense-Radio La Plata no es un simple decir, sino que allí el habla popular se hace carne, como si el tiempo se hubiera detenido hace décadas. Allí, todos los días el magnetófono a cinta de carrete abierto —cualquiera creyera una pieza de museo— le planta una dura batalla a la era digital. Siempre encontré ingrato que la gente apelase a la misma lágrima —esmirriada, material, perecedera— para llorar a diferentes muertos; deberíamos guardarnos unas escogidas para los muertos excepcionales, me decía cada vez que lo pensaba. Ingrato pero ante todo injusto ya es tener que despedir a esos seres que nos dejan solos sin que nadie pueda llenar el vacío que abren en nosotros.

A Guido Donoso he visto que le han llorado como se merecen los buenos muertos. Todos tenemos maestros en la vida y, sin embargo, muchos se van sin recibir el homenaje de nuestras mejores lágrimas. Ayer fue el Día del Trabajo. Mi recuerdo para este honrado laburante y mi adhesión a las palabras de monseñor Jesús Pérez en su último adiós: “Descansa en paz”, Guido, te fuiste pronto, pero “ya cumpliste tu misión”.

FUENTE: Periódico La Razón

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