Las interpretaciones de los procesos políticos parecen desfallecer cuando encaran la situación de España. Decenas de miles de personas ocupan los centros de las principales ciudades -desafiando las órdenes de desalojo de la policía- para reclamar el fin del sistema político cuando culmina una campaña electoral que dará el triunfo a la derecha, la cual encarna más que nadie a ese sistema, pues representa la herencia del franquismo y la antidiluviana institución clerical, y que -como valor agregado- es una punta de lanza del capital financiero español, que exige un rescate de la bancarrota capitalista a costa del sufrimiento de las grandes masas.
En la movilización sin precedentes de todos los pueblos del Estado español, están notoriamente ausentes la UGT y Comisiones Obreras, dos de las organizaciones históricas de la clase obrera, cuya burocracia se ha asociado a la política de liquidación de los derechos laborales, incluidas las jubilaciones. Los sindicatos fueron incapaces de enviar mensajes de solidaridad política a los manifestantes y ocupantes, y se inmolaron hasta el final en el apoyo al gobierno del Estado. Estamos ante una manifestación del desarrollo de las características subjetivas de la crisis mundial en todas sus contradicciones. España anticipa un verano caliente con sus deliberaciones y manifestaciones nocturnas -un ‘invento’ del Argentinazo.
Lo que viene ocurriendo, sin embargo, no es una novedad, sino una reposición. En 2004, también una movilización popular excepcional violentó toda la reglamentación que rige las vísperas de las elecciones como respuesta a una provocación del gobierno de Aznar, del PP, ante un atentado terrorista y dio vuelta un resultado electoral en 48 horas, otorgando la victoria al PSOE. Recientemente, cuando comenzó la política del ajuste, las bases del subterráneo paralizaron los servicios en forma fulminante -para pavor de Rodríguez Zapatero, la burguesía y la burocracia sindical. El conformismo que se adjudica a las masas de España desde el ingreso del país a la entonces Comunidad Europea es interrumpido en forma brusca y sucesiva por estallidos populares, que obligan al poder a componendas y virajes hasta el estallido siguiente. La curva general crece, sin embargo, en amplitud y repercusión. Las manifestaciones que están en curso incorporan una novedad de peso: son la primera respuesta masiva a la bancarrota capitalista y adelantan el escenario de luchas que diseñan la inminente cesación de pagos de Grecia y la ruptura en la cúpula dividida de la Unión Europea. El Banco Central de Europa acaba de amenazar con un boicot a la deuda pública de los países que reestructuren o refinancien sus deudas. Es otra forma de decir que aboga por la expulsión de los Estados quebrados de la zona monetaria del euro -y, por carácter transitivo, de la Unión Europea.
La victoria del franquista PP (que es franquista lo prueba su violenta oposición a investigar los crímenes cometidos en la guerra civil y su asalto al juez Baltazar Garzón) impresiona bastante menos que el derrumbe del PSOE: ganó 400 mil votos contra una pérdida de dos millones de su rival. O sea que, a cuenta gotas, la hemorragia ‘socialista’ se desparramó hacia partidos regionales y otros, donde se destaca la perfomance espectacular de la coalición independentista Bildu, en el País Vasco, que se llevó el 25% de los votos y la totalidad de los municipios. De todos modos, si existe una ruptura de la tendencia a apoyar a los partidos tradicionales, ella se manifestó en forma incipiente. Los movilizados en ningún momento llamaron a la abstención o al voto en blanco, una expresión de la ausencia de homogeneidad política. Pero la ocupación extraordinaria de plazas públicas le quita relevancia anticipada a los resultados electorales, como ocurrió en Argentina con posterioridad a las elecciones de octubre de 2001 -donde también se manifestó una ruptura incipiente con el régimen político. A fuerza de poner un signo igual entre las elecciones y la tendencia subjetiva de las masas, los observadores y los políticos confunden la representación formal con la realidad -ni sospechan que esta última ya amenaza con llevarse puesta a la primera. A quienes se apuran en adjudicar a las asambleas populares el consabido mote de la ‘espontaneidad’, respondemos que los programas que han hecho circular plantean la nacionalización de la banca y la reestatización de las empresas que han sido privatizadas. El solo cumplimiento de este punto llevaría a la confiscación de la burguesía española. Las asambleas han votado, asimismo, la organización de asambleas barriales que, si fructifican, establecerán lazos con los comités o comisiones de fábricas y empresas.
El entramado de las contradicciones en España se manifiesta ahora en una dicotomía elemental: el gobierno del PSOE no puede continuar, pero España no tiene condiciones de atravesar una campaña electoral y menos de consagrar un gobierno del PP. El comando mayor de la UE y del BCE exige que siga Rodríguez Zapatero, incluso porque no confía en los ‘populares’, ya que en su seno operan tendencias al distanciamiento y hasta la separación de la UE, así como tendencias pro-norteamericanas, que esperan el rescate de Estados Unidos y de ningún modo de Alemania. El fiel de la balanza en esta crisis lo tiene la catalana Convergencia e Unió, el partido de la gran burguesía de Cataluña, firme aliado del capital alemán, que cuenta con los votos parlamentarios para decidir la continuidad o no de Rodríguez Zapatero. Pero como dicen los asambleístas, España no está gobernada, en última instancia, por el parlamento, sino por los ‘mercados’ -y los ‘mercados’ están a punto de irse de nuevo al diablo de donde nunca salieron. Los acontecimientos extraordinarios vividos por una parte de los pueblos de España en las últimas semanas constituyen una anticipación del derrumbe inminente de los planes de rescate y una preparación para hacerle frente. La iniciativa histórica ha pasado a los explotados.
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