Por Pablo Paredes/Página 12
Vallejo es la segunda mujer en llegar a la presidencia de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECh) y es la primera, contando hombres y mujeres, en tener su rostro pintado en muros y kioscos del país. Anoche la vi sonreír por segunda vez, lo hizo por un canal de Internet mientras se le escapaba una puteada juguetona. La primera vez, fue hace un par de semanas a la una de la mañana en la fría plaza Italia de Santiago. Yo venía de comer con el poeta Bruno Vidal; ella caminaba junto a un ex presidente de la FECh. La calle estaba vacía, el joven reconoció a Bruno y lo saludó. Nos presentó a Camila, que sonrió como nunca lo haría si estuviesen ahí las cámaras de la televisión chilena, siempre deseosas de farandulizarla. Es que el machismo chileno también reina en los medios y le cuesta mucho trabajo permitirse que una mujer sea bella e inteligente. Te ha tocado difícil, Camila, tuve ganas de decirle en esos 40 segundos del encuentro, pero sólo la miré, y muy poco, pues me invadió una paranoia con respecto a que ella pudiese llegar a pensar que yo era un machista más. Así que tampoco le dije que yo hacía teatro como su padre, ni que, aunque con mucho menos inteligencia, también milité en las Juventudes Comunistas, como ella. Se fue. Me mordí la lengua. Le dije a Bruno que habíamos visto un fantasma del futuro, un fantasma que recorría el país. Un chiste pertinente, pero malo.
Ver a Camila de cuerpo entero era ponerle un cuerpo a esa activa abstracción que llamamos Movimiento Estudiantil. A veces soy duro de mollera –más bien de pecho– y necesito de un símbolo, no tanto para entender una necesidad política, que es más que evidente, sino para también quererla. Creo que eso es lo que nos pasa a los chilenos y chilenas con Camila. Algo muy distinto a lo que les pasa al gobierno y los encapuchados, que se vuelven más erráticos de lo normal, porque en sus libros no cabe, bajo ningún punto de vista, que alguien de ojos claros sea de izquierda y porque, a decir verdad, la segregación étnica, económica y social del país escasamente lo permite.
No es fácil ser linda cuando el país se pone feo, instalar inteligencia cuando la legítima rabia acumulada empieza a chorrearse por los muros de liceos y universidades, decir éste no es el país que queremos, mientras los medios se solazan con un éxito macroeconómico que no salpica a la educación. Camila lo hizo de manera brillante y ahora, cuando digo su nombre, también se me aparecen esos otros cuerpos hermosos, aunque de manera muy distinta. Me refiero a los cuerpos, brutalmente generosos, de los adolescentes que ya llevan más de un mes en huelga de hambre por lo que demandamos la inmensa mayoría de los chilenos: que el Estado garantice educación gratuita y de calidad.
Eso es lo que volvimos a pedir hoy, los 100.000 empapados que marchábamos mientras el cerro San Cristóbal se coronaba con nieve como nunca lo hace. En unas horas más comenzará el ruido del caceroleo y el domingo volveremos otra vez a las calles, nuestras ciudades se llenarán otra vez de manifestantes y la estudiante de Geografía, cosa fundamental para entender el desastre y la belleza de Chile, irá adelante con un gran lienzo, entre los profesores y dirigentes estudiantiles de todas las universidades y liceos; atrás de ellos, desbordándolos, ese carnaval rabioso cantando: y va a caer, y va a caer, la educación de Pinochet.
Hoy, cuando la marcha ya terminaba, con mis amigos nos hicimos paso entre la multitud, llegamos a estar a sólo 50 metros del escenario donde estaba Camila y algo así como un árbol gigante de camarógrafos y reporteros gráficos. Por supuesto que ella no sonrió, aunque esta vez no se pudo aguantar soltar un esbozo saludando al mar de paraguas rebeldes. Está bien, Camila, no les sonrías a los medios, nosotros sabemos que por dentro estás feliz al vernos tan dignos, tan empoderados. Quise gritarle eso, pero es muy difícil, en ese contexto, atreverse a gritar algo que no rime, así que sólo se lo comenté a mi amiga Nicole, que la ama profundamente y que desea tanto besarla como verla convertida pronto en nuestra “Compañera Presidenta”.
Al volver a casa, pensé en cuánto deseo que la tercera sonrisa que le vea a Camila sea porque los estudiantes, y quienes los apoyamos, le hayamos doblado la mano al neoliberalismo y que este terremoto feliz de nuestra historia haya revuelto lo suficiente nuestras ciudades como para que ya no haya más apartheid de escuelas buenas para ricos y malas para pobres, para que unos ojos verdes no sean patrimonio ni de buenos ni de malos, ni de lindos ni de feos, sino que simplemente sean.
Pensé en cuánto deseo que el país entero sea el lindo