Mario Wainfeld/Página 12
Antoni Brufau, el mandamás de Repsol YPF, asumió el riesgo de pasteurizarse: se subió al avión y pasó del gélido invierno europeo al candente verano argentino. Buscó dialogar con el máximo nivel del gobierno nacional, mientras las acciones de la empresa caían a niveles mayores al promedio deprimente de las Bolsas europeas. Lo recibieron, con rostro y discurso hoscos, los ministros Julio De Vido y Hernán Lorenzino. La discusión, cuentan desde los dos lados del mostrador, fue áspera. El ejecutivo le recrimina a la multinacional no invertir ni explorar lo necesario y remesar divisas a lo pavote. Adecuado a los modismos locales, Brufau optó por la payada: sus versos se expresaron en una solicitada y en un informe en los que controvertía los argumentos oficiales.
La réplica política fue rotunda, sin precedentes en los últimos años. Como Martín Fierro, el Gobierno pasó de la payada a la vía de los hechos. Los gobernadores de las provincias petroleras se reunieron el jueves, bajo la batuta del ministro de Planificación, y le exigieron el incremento de la producción. En quince días los gobernadores pautarán, en conjunto, cuáles son las metas que deben cumplir las petroleras en sus provincias. La falta de cumplimiento puede significar la caída de las concesiones, redondearon. El plural “petroleras” es casi singular: las campanas doblan por todos pero Repsol es el principal destinatario.
La perspectiva de revocar las concesiones había sido mencionada por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner unos días atrás. Pero la decisión soberana compete a las provincias, titulares del dominio originario de sus recursos por imperio del artículo 124 de la Constitución de 1994. Claro que, cada una por su lado, es escaso su poder frente a multinacionales de porte descomunal. La novedad de la movida es “la unidad en la acción”, promovida y sustentada desde el Estado nacional. Es un medio para reparar la debilidad estructural que genera una falaz visión de federalismo, que acunó el menemismo y tuvo consagración en la Carta Magna. La fragmentación fue una consecuencia y también un objetivo de las políticas noventistas. Fragmentación de la estructura social, del Estado nacional, de las organizaciones sociales y sindicales, de la clase trabajadora. Revertir esa nefasta tendencia, que tiene firmes raíces legales, es parte de los deberes del actual gobierno.
Las concesiones son siempre precarias, sujetas al comportamiento del concesionario. Enunciar su potencial revocación sería una redundancia o una obviedad si no estuviera acompañado (como está) por la trayectoria del gobierno nacional, que no es remilgado en el ejercicio del poder. Dos gobernadores flamantes, el mendocino Francisco “Paco” Pérez y el chubutense Martín Buzzi, se dejan ver como los referentes de la movida. Pero su matriz está en la Casa de Gobierno. El desenlace de la pulseada es impredecible, es más fácil presumir que será firme.
La reestatización forma parte del menú virtual, la memoria indica que esa hipótesis se analizó ya durante la presidencia de Néstor Kirchner y uno de los disuasivos fue el costo de la recuperación. En una etapa en la que la “caja” es menos floreciente, ese factor puede incidir.
El kirchnerismo revisa y readecua sus herramientas, su tacticismo es proverbial. Para conseguir estabilidad política y sustentabilidad económica, los gobiernos precisan sostener su legitimidad. Sin ella, no hay propuesta (ni presidente) que dure. El crecimiento del Producto Bruto Interno debe acollararse con el de la aceptación popular. Néstor Kirchner entendió eso desde el vamos, cuando tenía poca plata en caja y poco poder. Los gurúes de la economía, de ordinario, nada saben de política democrática. Teóricos de los bienes escasos, ignoran que el poder está entre ellos.
En los primeros años del kirchnerismo la energía barata fue insumo del despegue económico, de la reactivación del aparato productivo, de la generación de millones de puestos de trabajo. La ecuación virtuosa se fue trabando en el tránsito del infierno al Purgatorio. El Gobierno ensayó cambios, el más ambicioso fue la creación de la empresa Enarsa que, mirada en prospectiva, no concretó los objetivos que se imaginaron.
La incorporación de la “burguesía nacional” (título enfático que se corporiza en protagonistas casi siempre mediocres) a Repsol en años más cercanos tampoco rindió frutos valorables. En la práctica, que no en el discurso, el Gobierno “recalcula” como un GPS y rectifica.
Julio De Vido condujo las movidas, justo cuando narradores de Palacio hablan de su definitivo ocaso, de su desplazamiento a manos de Guillermo Moreno. Tal vez la cuestión no sea tan simple. Siempre hubo rispideces, disputas de espacios entre el ministro y el Megasecretario. Hay tensiones y malas ondas, eventualmente. Al unísono, hay competencias distintas. Moreno (y sus adversarios) han construido un personaje de opereta, que se realza en centenares de anécdotas. En funcionamiento es un funcionario cuya hiperquinesis expresa a un gobierno vivaz y reactivo que está al frente de un Estado que fue desbaratado con premeditación y alevosía. Y que se reconstruye trabajosamente, a veces del modo más atinado. En el devenir, la “guerrilla” de Moreno forma parte del dispositivo.