Amanda Mars/El País de madrid
Una chimenea larguirucha de ladrillo visto, un enorme panel con 400 firmas sobre una lona que en su día fue de color blanco y un camino de adoquines es lo único que queda en pie de una de las últimas fábricas de tubos de rayo catódico para televisores que hubo en España. La antigua Miniwatt de Barcelona, de Philips, hoy es un solar lleno de matojos, en su día comprado por la promotora Reyal Urbis —en suspensión de pagos— y ahora en manos de un banco. La valla con las rúbricas, que lleva por lema Momento de renovarnos, se instaló como homenaje a los trabajadores por alcanzar en 2000 el nivel máximo de producción: cinco millones de tubos. Cinco años después, la factoría cerró.
Joan Hernández busca su firma en el cartel una tarde lluviosa de este mes de marzo, y dibuja con el dedo la distribución de las instalaciones. “La planta era muy competitiva, pero el producto en sí no tenía futuro y el valor del euro nos perjudicaba cada día más: en eso no había discusión. Por eso propusimos que fabricaran otros productos, pantallas LED, placas fotovoltaicas, etcétera… Pero lo rechazaron”, explica este antiguo trabajador y miembro del comité de empresa. “Aquel terreno, con aquella presión urbanística del momento, pudo más que el respeto a los puestos de trabajo”, se queja.
La planta cerró y sus terrenos en el paseo de la Zona Franca se destinaron a viviendas y otros equipamientos. Pero el plan pinchó con la crisis y hoy no hay ni fábrica ni pisos, solo una vieja chimenea y un cartel con las firmas de antiguos empleados. Solvia, la inmobiliaria del Banco Sabadell que tiene la parcela, aguarda a que mejore el mercado.
Pero esta recuperación no ha llegado al ladrillo. Tampoco hay noticias de ese nuevo modelo económico que se invoca en los discursos públicos desde hace al menos una década. La producción industrial en España se encuentra en sus niveles más bajos desde 2007, con una caída acumulada del 30%, según los números del Banco de España. El índice que mide su actividad bajó un 8,5% el año pasado, pese a la nueva marcha de las exportaciones. Lleva un lustro cayendo; solo en 2010 registró un ligero repunte.
Suma y sigue: Roca, fabricante de sanitarios, notificó el viernes 476 despidos, una cuarta parte de su plantilla en España. Hay recortes en marcha en Alstom, Isofotón, Ercros o Ence, entre otras muchas empresas. Cerrará Danone en Sevilla, y en Martorelles, la histórica Derbi. Desde 2008 se han evaporado 659.000 empleos industriales, el 27% del total.
Suma y sigue: Roca, Alstom, Isofotón, Ercros, Ence…
Y, sin embargo, el repliegue industrial no es una historia de la crisis, o, al menos, no solo de ella. El de Miniwatt es uno de esos relatos que se perdieron entre las brillantes cifras macroeconómicas que brindó la última burbuja económica de España, una imagen muy gráfica de cómo el foco inversor y de crecimiento se centró en el ladrillo a costa de otras fuentes, de cómo algunos productos obsoletos de las plantas no dieron el relevo a otros de mayor valor añadido.
El peso de la industria manufacturera en el producto interior bruto (PIB), que era del 17,4% en 2001, se quedó en el 13% en 2011, tres puntos por debajo de Italia y nueve por debajo de Alemania, aunque por encima de Francia (10%). Si se incluye la energía, el peso porcentual supera el 16%, pero la brecha con la media europea (19%) es similar, según Eurostat. Y el hundimiento de la construcción en la tarta se ha compensado sobre todo con el avance de los servicios.
El economista e historiador Jordi Nadal, una autoridad en el estudio de la industrialización en España, habla de una economía víctima de sí misma: “La industria necesita mucho talento, educación de alto nivel, es difícil, mientras que construir casas requiere muy poca preparación y en cambio generaba muchas plusvalías, así que se invertía en eso y los bancos lo financiaban”.
La burbuja crediticia amortiguó el efecto de muchos procesos de deslocalización industrial a países con costes más bajos, y el brillante crecimiento del PIB desvió la atención de algo peligroso: la productividad solo mejoraba un 0,5% anual, frente al 1,3% que lo hacía en el conjunto de la Unión Europea.
El autor de El fracaso de la primera revolución industrial en España reprocha el poco entusiasmo que la industria despertó en la política económica: “Hace 10 o 12 años la industria estaba desprestigiada y se consideraba que era mucho mejor crecer en servicios. El Gobierno de Aznar cambió incluso el nombre del Ministerio de Industria para llamarlo Ciencia y Tecnología. Ahora lo han recuperado. Sin industria no hay servicios, porque estos trabajan para la industria”, apunta el historiador.
Jorge Lasheras, expresidente de Yamaha en España —la planta de la firma japonesa cerró hace dos años—, comparte la sensación: “No se prestó la suficiente atención a los cierres. En un momento de euforia hemos escuchado que el modelo industrial actual estaba periclitado, que debíamos ir a la biotecnología y la nanotecnología… Y esto es cierto, hay que apostar por ello, pero se hizo sin pensar si había base suficiente para entregarse a esa nueva industria y dejar morir a la otra”, apunta. Además, lamenta Lasheras, el cambio “se hizo con clichés de libro, porque la industria tradicional para crecer y ganar competitividad necesariamente debe invertir en innovación”. La industria genera el 45% de la inversión en Investigación y Desarrollo (I+D) en España.
Josep Piqué, que fue ministro tanto de Industria como de Ciencia y Tecnología, explica que “esa percepción de que sufrimos una pérdida de competitividad responde a la importancia que cobró la construcción y la relevancia del llamado turismo de sol y playa, pero la cuota de exportaciones se ha comportado bien durante la crisis y pese a los efectos de la globalización. Hay muchas empresas que innovan y exportan, pero hay poco crédito, y eso me preocupa mucho”, sostiene el ahora presidente de Vueling.
La preocupación por la pérdida de la industria inquieta en toda Europa. Francia ha llamado a su ministerio “de Recuperación Industrial”.
La industria española, bastante diversificada, ha mostrado un buen nivel de competitividad exterior a la vista de sus exportaciones, pero no ha evitado el repliegue.
La preocupación por la pérdida de la industria inquieta en toda Europa. Es sintomático que Francia haya llamado a su ministerio del ramo “Ministerio de Recuperación Industrial”. La llamada terciarización constituye un fenómeno común en las economías más desarrolladas por la pujanza de las emergentes, pero España se distingue de sus socios europeos en que el punto de partida ya era más bajo y en que una parte del auge industrial durante la bonanza venía precisamente de la construcción. La industria auxiliar del ladrillo explica una tercera parte de los 30 puntos porcentuales en que ha caído la producción desde 2007, según cálculos del Banco de España.
La obra nueva ha caído alrededor de un 90% desde 2007 y menos casas significa menos cemento, menos muebles y menos cuartos de cuartos de baños. Roca vio hundirse la cartera de pedidos del mercado nacional. El grupo, que ya anuncio más de 700 despidos en 2009, ha decidido ahora cerrar dos de sus 11 factorías en España: una en Alcalá de Henares y otra en Alcalá de Guadaira, que producen porcelana sanitaria, lo que se lleva por delante casi 500 empleos.
“Entre 2008 y 2012, las pérdidas de las operaciones en España han podido ser financiadas gracias a la actividad del resto de sociedades del grupo Roca en el mundo”, justifican fuentes de la compañía, pero las cuentas provisionales de 2012 arrojan pérdidas de 30 millones. “Agotados todos los recursos, la compañía ha optado por una estrategia de concentración de la producción en los centros españoles que, por razones objetivas bien analizadas, tienen mayores posibilidades de recuperar la rentabilidad a medio plazo”, señala la empresa.
Los trabajadores, que el viernes recibieron la notificación de los despidos, llevan unos 70 días acampados frente a la factoría madrileña, ubicada desde los años sesenta frente al Palacio Arzobispal, cerca del parque de O’Donnell. Juan Ángel Lucas, del comité de empresa, confiesa sus malos pronósticos junto a la fogata que tienen encendida en el campamento: “Esta es una fábrica con vistas, muchas fábricas de la zona han cerrado para dejar el sitio a viviendas. El Ayuntamiento ha aprobado una moción por la cual se compromete a no cambiar el uso industrial de la parcela, pero estas promesas duran lo que duran”. “Lo peor aquí es que cada uno de nuestros empleos equivale a tres, por la actividad que la industria genera alrededor. Y esta zona ha perdido muchas fábricas ya, como Robert Bosch o como Gal”, reflexiona.
Julio Rodríguez, expresidente de Caja Granada y miembro de Economistas frente a la Crisis, lamenta que “la industria fue una gran pagana de la burbuja inmobiliaria, y ahora que esta burbuja ha pinchado, parte de aquella industria se ha perdido”. En su opinión, las plusvalías que generaban la recalificación de terrenos para uso residencial y el sistema de tributos incentivaron a los Ayuntamientos para cambiar los usos de parcelas e infravalorar la pérdida de empresas. Para Piqué, “el cierre de fábricas dentro de las ciudades es una evolución natural; el problema es que no se reubiquen en otra parte”.
“No hay una masa suficiente de medianas y grandes empresas, que son las que más invierten”
El peso del empleo industrial en el total de la ocupación ha encogido hasta el 12,8% en 2011 (era del 18% en 2010), frente al 16% de media europea. Hay una parte de la industria que se evapora en las estadísticas porque la externalización de sus servicios complementarios a otras empresas reubica esta actividad en la rama de servicios dentro de una misma base de datos. “La terciarización de una economía no es mala per se; el problema es que en España ha traído consigo la destrucción de valor añadido porque ha llevado al auge de sectores como la hostelería o el turismo”, explica Miguel Ángel García, jefe del gabinete económico de Comisiones Obreras y profesor de la Universidad Rey Juan Carlos.
García defiende que España debe aprovechar el tirón turístico del sol y la playa “como cualquier país saca provecho de sus recursos naturales”, pero advierte de que “eso no significa que el país pueda vivir exclusivamente de eso”. El potencial de crecimiento de una economía se reduce si depende de un sector de bajo valor añadido. En las dos últimas décadas, España ha destacado por sus inversiones en construcción e infraestructuras. La inversión en bienes de equipo metálicos y maquinaria está liderada por Italia en el periodo que va de 1991 a 2011, seguida de Alemania y Reino Unido, mientras que España y Francia quedan relegadas a los últimos puestos.
Jordi Nadal lamenta el bajo valor añadido del sector: “Fíjese lo que ocurre con el automóvil: somos uno de los principales productores del mundo (los segundos de Europa y los duodécimos del mundo) y, sin embargo, no tenemos una sola marca propia. Es lamentable. Tenemos que pagar todas las patentes fuera”.
España ha incumplido las metas planteadas en Investigación y Desarrollo (I+D). Para 2010 debía situar su gasto en I+D en el 2% del PIB. Agua. Y de esa inversión, al menos dos terceras partes debían provenir de las empresas. Agua. El máximo alcanzado se situó en el 1,39% de 2010 y menos de la mitad procede del sector privado, que ha ido perdiendo peso en los últimos años.
Josep Piqué admite que ha fallado el pilar empresarial. “Yo lo intenté como ministro de Industria pero fracasé. Los incentivos fiscales no funcionaron. Necesitamos un cambio de mentalidad para entender que la I+D no es un gasto, sino una inversión, y las empresas que innovan exportan”.
Miguel Ángel García está de acuerdo y destaca el problema del tamaño de las empresas en España: “No hay una masa suficiente de medianas y grandes empresas, que son las que más invierten”, lamenta.
Son los grandes grupos los más capacitados para apostar por la innovación. El expresidente de Yamaha admite que las empresas no se preocuparon por mejorar la productividad durante la bonanza: “No hacía falta porque daba la impresión de que habría pastel para todos. Se compraba la paz social con aumentos salariales que no se podían sostener. Lo hicimos todos”, confiesa. Aun así, admite que las trabas administrativas, la flexibilidad y el nivel de la formación profesional son aún más relevantes que los costes laborales, que siempre estarán más alejados de Asia.
Las luchas en las multinacionales son fratricidas: los directivos de cada país compiten entre sí, y en España suele jugar en contra el efecto sede, porque la mayor parte de la gran industria es foránea. “Los comités estratégicos industriales son la forma eufemística de referirse a una reunión en la que los directivos de cada país iban a vender su fábrica, a pelear por llevarse la producción”, explica Lasheras.
Rosa María García, presidenta de Siemens en España y antes primera ejecutiva de Microsoft, participa en ese tipo de reuniones. “Los detalles que marcan la diferencia son los costes energéticos, la formación de la plantilla, la flexibilidad y el bajo absentismo, porque en costes salariales no podrá competir con China”, apunta. Siemens también ha recortado empleo, aunque mantiene cuatro plantas.
España aún es capaz de defenderse como sede fabril. Nissan acordó en febrero adjudicar a la factoría de Barcelona la producción de un nuevo coche que permitirá crear 1.000 empleos directos. Los sindicatos han aceptado una rebaja salarial del 20% para los futuros empleados. La química Clariant puso en marcha el mes pasado una planta de polímeros en Tarragona. Lasheras ha impulsado un nuevo negocio de ciclomotores eléctricos que se fabrican en Cataluña. Y Philips, que había cerrado todas sus fábricas en España, ha vuelto a producir en el país con la compra hace dos años de una empresa de Valladolid, que fabrica sistemas de alumbrado Led, ese producto que hace unos años Joan Hernández pedía para salvar a la vieja Miniwatt.
¿Está España a tiempo de recuperar fábricas? Para Jordi Nadal, más que recuperarlas, se trata de empezar de verdad, de subirse al carro de las nuevas industrias. Recuerda bien que España fracasó en la primera revolución industrial.