Marco Rascón
Pensemos con criterio empresarial: si el precio internacional de un barril de petróleo mexicano vale entre 70 o 100 dólares y su costo de extracción cuesta 11 dólares, ¿por qué vender una empresa tan rentable? ¿Qué empresario vendería una empresa con tan elevado margen de ganancia?
Esto nos lleva a plantear que el del petróleo y el futuro de Pemex no es un debate solo de eficiencia administrativa, sino de proyecto nacional. Es directa y puramente ideológico, donde lo nacional y público es malo y lo privado es bueno.
La gran pregunta, entonces, es saber el destino de las ganancias de Pemex.
De la nacionalización cardenista del petróleo, los gobiernos posteriores y la oligarquía mexicana desviaron el recurso a la corrupción y el gasto corriente y subsidiaron sus ineficiencias. Estos mismos, en sentido estricto, se apoderaron del petróleo como una renta privada, deformando para sí al sindicato, la estructura fiscal de Pemex y el destino de sus ganancias.
Hoy quienes proponen la privatización se montan de los vicios que ellos mismos provocaron y pretenden modificaciones constitucionales innecesarias y por eso hay que decir: Pemex debe ser reformado porque el actual ha sido privatizado vía la corrupción. La respuesta debe ser cómo se reforma, pues la posición de simplemente decir NO a la reforma beneficia a quienes ahora lo malversan y desperdician.
No reformar el Pemex actual, como lo propone el lopezobradorismo y su partido Morena, escudándose en los lugares comunes es mantener el Pemex que beneficia a la vieja oligarquía, a Romero Deschamps y la corrupción sindical, a los transportistas concesionados, al robo de combustible, a la exacción del recurso nacional para financiar el gasto corriente de la burocracia gubernamental con el fin de mantener la corrupción actual y el endeudamiento.
Pemex debe mantener los principios por los que fue nacionalizado, pero debe ser reformado para garantizar que su recurso beneficie al país y no a la oligarquía vieja y nueva o las trasnacionales a las que le sirve actualmente su ineficiencia.
Primeramente: para reformar Pemex no se necesita una reforma constitucional. Se puede reformar Pemex y modernizarlo, revisando y cambiando la ley reglamentaria y secundaria a fin de otorgarle autonomía fiscal como empresa paraestatal y permitirle transparentar sus costos y ventas. Pemex no debe financiar el gasto corriente de los gobiernos.
Es por ello, que la reforma de Pemex debe ser integral y, como lo propone Cuauhtémoc Cárdenas, deberá estar acompañada de la reforma fiscal y otras.
Así como los privatizadores del petróleo buscan diversos caminos, entre los que defienden la propiedad de la nación sobre los recursos petroleros existen diferencias: los que simplemente dicen NO a cualquier reforma acaban uniéndose a los peores intereses oligárquicos y gremiales como el que representa Romero Deschamps, pues el Pemex actual sirve a los que se apoderaron de la renta petrolera desde 1940.
Decir SÍ a la reforma desde una visión progresista y nacional, debe ir acompañada de la negativa a la privatización y la reforma al artículo 27 constitucional, pues la reforma trascendental de Pemex está principalmente en la reforma fiscal, las exportaciones, la exploración y la administración de sus reservas en aguas someras y profundas.
De la etiquetación de los ingresos de Pemex ya transparentados no solo se derivaría su eficiencia y lo que significa el uso y abuso de sus recursos para la política del poder sexenal en turno; saldría a flote la corrupción sindical y los desvíos disfrazados de participaciones a los estados, que hace de los gobernadores virreyes que lo utilizan como garantías para endeudarse.
Tema aparte y a debatir es la política de riesgos para la exploración de nuevas reservas. ¿Por qué Pemex no explora el norte de México, particularmente en los desiertos fronterizos con Estados Unidos de Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas? Cuán dependientes somos no solo en ventas, sino en exploración de reservas? ¿Podría un Pemex eficiente y rentable tener recursos para explorar con alto riesgo en aguas profundas del Golfo de México, sin tener que comprometer su producción futura?
Los privatizadores presionan mucho con el caso de Brasil y Venezuela como ejemplos para el camino que debería seguir México con su petróleo y su empresa productora nacional. El resultado no puede ser igual, porque el origen de los procesos no fue el mismo.
Para los mexicanos, el petróleo es una parte de su identidad nacional a partir de su nacionalización, la cual fue acompañada por una reforma agraria, educativa, laboral y política.
Petrobras, Pdevesa y Pemex, de Brasil, Venezuela y México, son tres casos en contextos históricos distintos frente a una misma realidad global, donde México, no como proyecto político, sino como alternativa nacional, debe encontrar su opción entre sus principios históricos, la realidad actual y las experiencias de sus hermanos latinoamericanos.
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