Las tribulaciones de Brasil

Facebook
WhatsApp
Telegram
Rolando Morales es economista/Página Siete

Es sorprendente ver la desazón con que algunos gobernantes se dan cuenta bruscamente de que el pueblo está descontento con ellos. Ello ocurrió con Goni en octubre 2003 y recientemente con Erdogan en Turquía y Dilma Rousseff en Brasil. Pero no son los únicos. Hace poco un articulista narraba que en varias reuniones internacionales, los asistentes no se cansaban de mostrar admiración por Brasil y por su “modelo”. Sin embargo, la realidad de Brasil está muy lejos de lo que ellos se imaginan y de lo que puede pensar Dilma y el PT.

La economía brasileña es una de las más enigmáticas de América Latina, porque habiendo llegado a ser la octava más grande del mundo, muestra persistentes rezagos en materia de los dos principales factores de producción: capital y trabajo, lo que le impide crecer. Su coeficiente de inversión es muy bajo, menor al 20% del PIB, y la cantidad y calidad de su mano de obra son escasas. El año pasado, su economía progresó en un magro 1%, las autoridades brasileñas pensaron que este año lo haría al 4%, pero la información disponible hasta el presente sugiere que puede repetirse ese resultado.

Su producción industrial registra por varios años consecutivos tasas de crecimiento negativas. Las autoridades brasileñas se muestran impotentes para corregir la notoria apreciación real de la moneda, la que además se acompaña de devaluaciones nominales. La tasa de interés de referencia (SELIC) ha sido nuevamente aumentada al 8%, un nivel que desincentiva la inversión pues las tasas bancarias pueden ser dos veces superiores a ésta. La inflación sigue a buen ritmo. Es un buen negocio invertir en Brasil, pero las inversiones mayores son de cartera, 70.000 millones de dólares anuales, atraídas por la vigencia de altas tasas de interés. El déficit en Cuenta Corriente de Balanza de Pagos es financiado con esos flujos de capital. Algún día, los que enviaron sus capitales a Brasil querrán recuperarlos, no habrá con qué devolverlos y la economía se hundirá en una crisis sin precedentes.

En enero de 2013, el Gobierno de Brasil lanzó diferentes medidas de estímulo y un ambicioso programa de inversiones públicas; sin embargo, a mitad de año tuvo que dar marcha atrás en algunas de estas medidas.

Brasil tiene más de 300 millones de habitantes, de los que la mitad puede considerarse de clase media. Se supone que en la última década aumentó en 40 millones, dato que puede resultar volátil teniendo en cuenta el insatisfactorio crecimiento de la economía. Es considerado como el quinto mercado de consumo más grande del mundo. Muchos economistas piensan que estando asegurado un mercado de grandes dimensiones, no debería haber problemas para atraer inversiones, las que, frente a un ahorro moderado, pueden financiarse con inversiones extranjeras. Sin embargo, esto no ha ocurrido en el pasado inmediato, pues los inversionistas han preferido las inversiones en portafolio por tres razones: altas tasas de interés, depreciación nominal de la moneda y la posibilidad de trasladar rápidamente a sus países de origen sus colocaciones en Brasil.

Además de los problemas económicos, Brasil se enfrenta con un preocupante proceso de descomposición social. Por una parte, continúa la apropiación de tierras de los indígenas acompañada de asesinatos y enfrentamientos armados sin que el Gobierno de Dilma pueda impedirlo. Los abusos contra los indigentes y marginados de una Policía heredada de las dictaduras continúan. La “limpieza” de algunas favelas para luchar contra el narcotráfico y la delincuencia estuvo bañada de violaciones a los derechos humanos, todo ello sólo para dar una mejor imagen de Brasil en vista del Mundial de fútbol. La desigualdad en la distribución del ingreso es la más alta del mundo. La ciudadanía sufre carencias importantes en materia de servicios básicos, educación y salud. Los brasileños dicen que no son racistas, pero es clarísima la postergación en la que viven los ciudadanos de ascendencia africana o indígena. Se construyen represas que generando gravísimos daños al medio ambiente y al hábitat de la población indígena. A pesar de los importantes esfuerzos de Dilma para parar la corrupción, la población siente que continúa como antes, sino es peor. En ese contexto, aunque el espíritu brasileño de la samba esté lleno de optimismo, es difícil imaginar que Brasil pueda progresar y constituirse en un motor del desarrollo latinoamericano.

Facebook
WhatsApp
Telegram

Te puede interesar