Eduardo Gálvez/La Jornada
En un momento de descanso, un grupo de seis carpinteros que trabajaba en la biblioteca infantil de La Ciudad de los Libros, decide entrar a la recién inaugurada Biblioteca personal de Carlos Monsiváis.
Entran con paso lento y observando todo a su alrededor. Es un sábado por la mañana, noviembre de 2012; es el primer día que se abren las puertas al público. Daniel Bañuelos, responsable del recinto, les ofrece una visita guiada. Les explica quién es Carlos Monsiváis y les muestra a grandes rasgos todos los temas que pueden encontrar entre los 24 mil libros que tenía en su casa de la colonia Portales y que ahora se encuentran aquí, en esta biblioteca creada especialmente para la colección.
En el piso superior de la biblioteca, mientras Daniel les enseña el telar de Francisco Toledo, un deshilado que el artista oaxaqueño elaboró (además de dos tapetes de lana con la figura del escritor y una cenefa de mármol con 59 gatos), para adornar la colección, los carpinteros se distraen, miran a sus espaldas y se quedan observando los libros que tenía Monsiváis sobre religión.
Quieren verlos y los piden prestados: uno sobre la historia de Jesús, otro sobre el judaísmo y uno más del caricaturista Rius con una visión distinta del tema. Después de estar sentados hojeándolos y leyéndolos durante más o menos una hora, los seis carpinteros quedan registrados como los primeros usuarios de la biblioteca. “La primera trasnacional que llegó a América fue la cruz”, escribió Monsiváis.
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Estampa 2. Seis meses más tarde. Otro sábado por la mañana. Una señora que rebasa los 60 años, con unos anteojos descuidados, chongo, canosa, calcetines negros hasta las rodillas y una bolsa del mandado a sus pies, revisa con calma -e incluso hace anotaciones en una libreta-, la antología de crónicas que publicó Monsiváis en 1980, A ustedes les consta.
Uno de cada 15 libros de los que se prestan en esta biblioteca es de la autoría de Monsiváis, o bien, es un libro que contiene un prólogo, un ensayo o artículo suyo. En total, fueron encontrados en su casa 270 títulos distintos con alguna participación suya; ahora ocupan uno de los libreros más pequeños, pero más solicitados, de la biblioteca.
En ese mismo mueble hay 17 tomos con alrededor de mil medios pliegos de papel grueso, donde se encuentran pegados recortes de periódicos en los que aparece el nombre Carlos Monsiváis, ya sea debido a la publicación de algún texto suyo, alguna entrevista, menciones, declaraciones, presentaciones de libros, caricaturas, fotografías.
La labor de recopilar esos recortes fue de un familiar del escritor que se dedicó a ello de 1966 a 2005. Entonces ahí aparecen las noticias sobre la entrega del Premio Nacional de Periodismo a Monsiváis; su regreso a México tras una estancia becado en Estados Unidos; su participación en el grupo de intelectuales autodenominado La Maffia, o bien, sus textos y desplegados a favor del movimiento zapatista.
De ese librero, la señora de 60 años pidió prestado A ustedes les consta. Las notas del danzón que se escuchan afuera, en La Ciudadela, y que se cuelan hasta la mesa ante la que está sentada, no la distraen. Sin embargo, aparece detrás de un librero un grupo de personas guiado por Javier Castrejón, otro de los responsables de la biblioteca. Éste les explica que el arquitecto Javier Sánchez fue quien diseñó y planeó la biblioteca, teniendo en cuenta lo caótico y urbano que era Monsiváis.
Partiendo de esos conceptos, la biblioteca fue pensada como una ciudad. Están por allá los libreros-multifamiliares, por acá el librero-rascacielos y de ese otro lado, los callejones, los barrios, los suburbios librescos.
“¡¿Se pueden callar? Estoy leyendo y no me puedo concentrar!”, espeta la mujer de 60 años alzando la voz ante la mirada estupefacta de los paseantes y de Javier Castrejón, quien prefiere resumir su explicación, con voz baja por supuesto, y apurar al grupo hacia la siguiente parte del recorrido. “Lo descrito no es accidente sino esencia”, escribió Monsiváis.
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Estampa 3. Con ayuda del personal de la biblioteca, un periodista hojea, con guantes de látex y cubreboca -ante las posibles bacterias que esconden libros tan viejos-, un ejemplar del Códice Kingsborough, de 1836, con códices prehispánicos. Este volumen, que pertenecía a Monsiváis, aunque se desconoce cómo lo consiguió, forma parte de los únicos nueve que existen en el mundo, y de los cuales dos están perdidos.
Se pide el uso de cubrebocas porque aunque todos los libros pasaron por un proceso de estabilización y limpieza antes de colocarlos en los libreros, los más viejos, como el Códice Kingsborough, pueden guardar aún alguna bacteria. Dentro de ese proceso de limpieza, por ejemplo, se usaron raíces de encino, para absorber los aromas molestos, sobre todo los relacionados con los gatos del escritor.
Como buen periodista que era Monsiváis, entre estas reliquias de la colección, se encuentran no sólo libros sino también algunas joyas de la prensa política y literaria mexicana del siglo XIX y principios del XX, como son ejemplares empastados de El hijo del Ahuizote, de la Revista Azul y de la Revista Moderna.
Estampa 4. Noviembre 2012. Ante esa misma mesa en la que los carpinteros y la señora de 60 años leyeron sobre Jesús y la crónica mexicana del siglo XX, el entonces presidente Felipe Calderón y el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa compartieron algunos momentos tras declarar inaugurada La Ciudad de Los Libros y la Biblioteca Carlos Monsiváis.
Como buen cronista, Monsiváis supo integrarse y convivir con todos los grupos sociales, políticos y culturales. Y ello se refleja en el abigarrado conjunto de lecturas, cuya diversidad representa una lección para cualquier lector o escritor, ya no digamos periodista, que debe leer aquello con lo que comulga y también con lo que no. Hay que leer todo, o casi.
Entre los callejones librescos de la biblioteca hay, por ejemplo, libros sobre anarquismo, marxismo, zapatismo, comunismo, el movimiento del 68; libros en inglés sobre el movimiento negro en Estados Unidos, pero también hay ocho tomos con la historia del PRI, otro sobre los orígenes del PAN, libros institucionales del PRD, memorias y textos sobre el pensamiento político de Adolfo López Mateos, José López Portillo, Lázaro Cárdenas, Gustavo Díaz Ordaz, Vicente Fox, Andrés Manuel López Obrador; sobre la izquierda, la derecha, el centro y todas las corrientes políticas, tanto de México como de América Latina.
Hay ensayos que van desde Roger Bartra, Daniel Cossío Villegas y Víctor Flores Olea hasta otros de Enrique Krauze y Jorge G. Castañeda. Y si nos ponemos internacionales: Agnes Heller, Naomi Klein, Anthonny Giddens, Noam Chomsky, Isaia Berlin, Poulantzas y Gramsci, sólo por mencionar algunos.
Un hambre desmedido e indiscriminado de conocimiento: periodismo, historia, sociología, filosofía, narrativa, poesía, arte, fotografía, cine, música. Y sin olvidar, además, su colección de cerca de cinco mil 500 cómics.
Estampa 5. Una pareja de turistas españoles, sin saber quién es Carlos Monsiváis queda asombrada por la cantidad y variedad de libros que poseía el autor. Piden a los encargados algún texto sobre la ciudad de México, pues están de visita y necesitan una guía.
Después de seis meses de abrir las puertas al público, los encargados de la biblioteca no han podido terminar de ordenar la colección, pero ya tienen identificada la ubicación de ciertos libros y temas gracias a la labor de los bibliotecólogos y también, de las peticiones de los lectores que llegan buscando títulos específicos.
Como muchas crónicas y entrevistas han demostrado, la colección de libros de Monsiváis en su casa no tenían ningún orden. Incluso el propio escritor llegó a decir que era más fácil volver a comprar un libro que encontrarlo en su casa.
Es probable que nunca haya imaginado que los visitantes de su biblioteca terminarían colaborando en su acomodo. Gracias a los usuarios, se conformó el librero con los textos de su autoría, o la colección de libros sobre gatos. Investigadores han acudido al lugar a consultar temas como el movimiento de 1968 o sobre sexualidad, tema del que hay unos 400 ejemplares.
Monsiváis leyó y escribió sobre las minorías y también sobre las mayorías; sobre los las élites políticas, intelectuales y empresariales, y también sobre la cotidianidad de las calles, la vida nocturna y la ciudad; ahora, los protagonistas de sus crónicas y ensayos vienen a su biblioteca personal, y no sólo tienen el privilegio de conocer sus lecturas, sino que se dan el lujo de acomodar sus libros.