Los de abajo: Declaración de guerra

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La organización autónoma de sus pueblos, única en esta modalidad en el orbe, es uno de sus logros más notables.

Gloria Muñoz Ramírez/La Jornada

Todo empezó con una declaración de guerra. La última opción, dijeron, pero una guerra. Muchos dijeron entonces que todo fue simbólico, que las armas no importaban, que no se trataba de un ejército regular, sino de un grupo de desarrapados con armas de palo. Pero hubo y hay una guerra. Se tomaron entonces siete cabeceras municipales, se abrieron las puertas de las cárceles repletas de indígenas inocentes, se destruyeron los palacios municipales, símbolos del poder y la ignominia; se recuperaron tierras, fincas y ganado en poder de terratenientes y caciques; se desarmó a policías y guardias blancas; se tomó un prisionero de guerra. Y la muerte, que ya existía, se hizo visible.

¿Qué 20 años no son nada? Depende. Dos décadas ya de que el EZLN inició un camino que nunca se planteó sólo para ellos. Formado mayoritariamente por tzotziles, tzeltales, tojolabales, choles, zoques y mames, no nació con reivindicaciones puramente indígenas. Desde un principio (noviembre de 1983 e incluso antes) se plantearon la lucha nacional. En 1983 se preguntaba el EZLN “¿cómo haremos para conseguir buena salud, buena educación, buen techo, para todo México? Es un compromiso demasiado grande. Y pues así lo veíamos. En esos primeros 10 años adquirimos muchos conocimientos, experiencias, ideas, formas de organizarnos. Y pensábamos: ¿cómo nos recibirá el pueblo de México (porque no le llamábamos sociedad civil)? Y pensábamos que nos van a recibir con alegría porque de por sí vamos a pelear y a morir por ellos, porque queremos que haya libertad, democracia y justicia para todos. Pero al mismo tiempo pensábamos ¿Cómo será? ¿Será que si nos van a aceptar?”, recordó hace unos años el hoy subcomandante Moisés, mando tzeltal, visionario y revolucionario. El momento llegó el 1º de enero de 1994. La guerra sorprendió al mundo. Y la irrupción de una sociedad civil con la que tienen 20 años de encontrarse… Si algo hay que reconocer al movimiento es su terquedad en iniciativas que aunque no tengan buen final, lo importante es caminarlas, no rendirse. Hoy los zapatistas son los mismos y otros. Los mismos porque sus demandas son tan vigentes como antes. Distintos porque los años no pasan en balde, no se cumplen años impunemente. México también es otro y es el mismo. El salinismo que los recibió en 1994 es el que domina ahora con otro nombre. El saqueo no termina. Nadie regatea al zapatismo haber propinado el golpe más severo a un sistema que deglute todo. Su “Ya basta” fue demoledor. Siguen siendo una lucha muy vigorosa en un mundo copado por negociaciones partidarias que entregan todo.

La organización autónoma de sus pueblos, única en esta modalidad en el orbe, es uno de sus logros más notables. No el único. Poner ahí el legado zapatista es no ver la resonancia nacional y mundial de un movimiento que llega a su 20 aniversario (30 desde su nacimiento) sin rendirse. ¿Alguien puede decir lo mismo sin un poco de vergüenza).

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