Guillermo Almeyra
Desde el fraude salinista de 1988 y la imposición de políticas neoliberales que destruyeron el mundo rural mexicano, impulsaron brutalmente la emigración, hicieron a México totalmente dependiente de la importación de alimentos pagados con petróleo hasta los escándalos, las decenas de miles de asesinados y desaparecidos y el fraude masivo en los siguientes gobiernos del PRI-PAN y sus partidos paleros (entre ellos, el PRD de los chuchos), la oligarquía que está ligada al capital financiero internacional aplica un solo plan destructor de la soberanía y la independencia misma del país y de todas las conquistas sociales y políticas resultantes de la Revolución Mexicana y de su continuación, el gobierno de Lázaro Cárdenas.
El gobierno de Enrique Peña Nieto es hoy la expresión más infame y de punta de ese neoporfirismo pero, si la protesta social no lo detiene en seco, será sólo la antesala de una situación todavía peor con gobiernos parecidos a los de Puerto Rico, que someterán a México a la condición de esa isla colonizada e integrada en la economía de Estados Unidos como proveedora de mano de obra barata.
Como durante el régimen de Porfirio Díaz, los mayores medios de información cumplen hoy el papel de siervos del régimen, de intoxicadores de la opinión pública y de constructores de una ideología para las clases medias acomodadas y para los más ignorantes (porque la oligarquía, desde Iturbide, desde Maximiliano y los franceses, es siempre agente del capital extranjero y antinacional). También como durante el porfirismo la protesta social actual es continua y enorme, pero no está organizada y está aún en la difícil fase de la difusión del “magonismo del siglo XXI” con la lucha del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) y otras organizaciones de la Organización Política de los Trabajadores (OPT) que, partiendo de las mejores tradiciones del nacionalismo revolucionario mexicano, buscan una transición hacia una política anticapitalista de masas, tal como Flores Magón quería desarrollar hacia el socialismo el liberalismo de izquierda.
También hay continuidad en la resistencia indígena, campesina, obrera y popular contra la transformación de México en un nuevo estado virtual de Estados Unidos, el cual se ahorra hoy la ocupación y anexión que intentó en el pasado. Un solo hilo rojo une en efecto el triunfo electoral de Cuauhtémoc Cárdenas de 1988, con la acción de la Teología de la Liberación en Chiapas, el movimiento estudiantil en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en 1990, el levantamiento neozapatista de 1994, el apoyo nacional masivo a la Marcha del Color de la Tierra, las posteriores luchas campesinas, la huelga de un año en la UNAM, la resistencia de Atenco, la lucha del SME, la policías comunitarias y los grupos de autodefensa campesinos, la formación del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) y de la OPT.
En esa continuidad de las luchas, la rebelión neozapatista de enero de 1994 y la heroica resistencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) a la represión militar hasta los Acuerdos de San Andrés fueron particularmente importantes porque marcaron el comienzo de una contraofensiva popular después del fraude salinista y de las salvajes medidas neoliberales que golpearon al movimiento campesino, en particular con la anulación del artículo 27 constitucional. Al demostrar ante México y el mundo que se podía decir NO a esas políticas, resistir y mantener territorios donde se empezase a construir la autonomía, los zapatistas chiapanecos lograron un eco enorme en los demás sectores indígenas del país y en la izquierda social mexicana, muy dispersa y golpeada por las represiones de los 70, por la aceptación pasiva por el PRD del fraude de 1988 y por los asesinatos sucesivos de militantes de ese partido.
Apoyándose en esa simpatía activa, el EZLN intentó en un principio buscar alianzas nacionales, construir frentes más amplios contra los enemigos comunes pero, desgraciadamente, no persistió en esos intentos unitarios y, ante varios tropiezos y traiciones, se retrajo a la construcción de sus bases en Chiapas y, en la escena nacional, adoptó una política abstencionista y se retiró de la actividad política considerando que todos sus adversarios y todos los partidos eran igualmente nocivos (y que los peores eran los reformistas que contaban con apoyo de masas), actitud que favoreció primero el fraude de Calderón y, después, a Peña Nieto. Pero al mismo tiempo organizó y defendió los caracoles zapatistas y extendió la educación, la sanidad, la justicia en las zonas donde influye, manteniendo durante 20 años, a pesar de los esfuerzos gubernamentales por ahogar y sabotear sus intentos autonómicos, la independencia de centenas de miles de indígenas chiapanecos y parte de su influencia en sectores juveniles de todo el país. El EZLN, a pesar de sus carencias y errores políticos, no sólo fue en sus comienzos un importante impulso a otras luchas sino que, hoy mismo, sigue siendo una fuerza política y organizativa que debe ser tenida en cuenta para la construcción de un frente nacional de defensa de la democracia, la independencia, los derechos humanos y las conquistas de la Revolución Mexicana.
Porque, con la privatización del petróleo y la anulación de la propiedad estatal de los recursos del subsuelo se abre también el camino a la privatización del agua y de los minerales y, además, a una profunda crisis económica, ya que México depende de Pemex, hoy entregada a las trasnacionales, y de la exportación de mano de obra; es decir, está integrado de hecho con Estados Unidos. El semiestado mexicano enfrenta hoy, en las comunidades, la resistencia zapatista, las policías comunitarias, los grupos de autodefensa y, en el país, el proceso de organización masiva de Morena y de la OPT, así como la resistencia de lo mejor de la intelectualidad y de la juventud universitaria. Desde abajo se impone la necesidad de un frente de resistencia y como en 1910-20, el porfirismo entreguista será derrotado.