“Hay una cantidad absurda de millonarios”

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Mientras los actores seguían emigrando a Hollywood para luchar por sus carreras, Gael García Bernal volvía a Latinoamérica para luchar por todo lo demás.

Xavi Sancho/El País

“Primera nota del cuaderno rojo. Es una sarta de mentiras. Soy un reprimido. Jamás he practicado el sexo anal…”. Se oye la voz de Gael García Bernal al final del pasillo de este estudio fotográfico en el porteño barrio de San Telmo, mientras en la cocina, donde hemos sido desterrados el resto del equipo por el celoso camarógrafo, a alguien se le escapa la risa. “¡Silencio! ¿Se pueden callar dos minutos? Ché, para grabar esto necesitamos silencio absoluto. ¡Dale!”. El muchacho que está grabando el vídeo para ICON en el que el actor mexicano recita un fragmento de una obra de su elección –para el caso, la magnífica Canción de tumba, de su compatriota Julián Herbert– está a punto de perder los nervios. Gael arranca de nuevo. “Bobo Lafragua solo existe en mi imaginación…”. Y entonces, ¡pufff!, se va la luz. “La concha de… Bienvenidos a Latinoamérica”, se queja el fotógrafo y propietario del estudio, mientras marca en su iPhone el teléfono de averías. El chico del vídeo se tira de los pelos y Gael le hace un gesto a su asistente. Van retrasar media hora más el coche que han pedido para que les devuelva a casa. Encargamos más sándwiches. Diez minutos después llega el técnico. Al verlo cruzar el umbral de la puerta, se produce un suspiro de alivio entre la decena de personas a las que se nos ha devuelto la libertad de deambular por el estudio. El chico lleva una camiseta de Led Zeppelin, una garantía en temas eléctricos. Quince minutos más tarde se va por dónde ha venido sin solventar el problema, ni siquiera despedirse. Bienvenidos a Argentina, donde todo el mundo tiene una camiseta de Led Zeppelin.

“Hacía tiempo que no aceptaba hacer nada de moda”, dice en referencia a nuestro reportaje. “Es una sensación extraña. Que me resulte tan ajeno puede significar dos cosas: que no he madurado aún, o que me mantengo puro. No sé en qué punto entre tierno o maduro estoy”. El corte eléctrico ha propiciado que nos sentemos en el sofá del estudio a charlar con el actor mexicano, mientras el resto del equipo hace un ruido infernal con dios sabe qué. Gael lleva varios años viviendo en Buenos Aires con sus dos hijos y su mujer, la actriz argentina Dolores Fonzi. Tras algunos flirteos con esa idea que es ya lugar común de compaginar lo alimenticio de Hollywood con lo enriquecedor de los proyectos al margen de la gran industria, este mexicano de 35 años decidió que el grueso de su carrera se iba a desarrollar en Latinoamérica. Lo hemos pillado en un parón del rodaje de Desierto, cinta en la que le dirige Jonás Cuarón, hijo del recientemente oscarizado Alfonso Cuarón, con quien Gael trabajó en Y tu mamá también. Ha terminado El ardor, del argentino Pablo Fendrik, y anda a la espera de que se confirme si Netflix sigue adelante con Mozart in the jungle, una serie sobre sexo, drogas y música clásica para la que ha rodado un piloto a las órdenes de Roman Coppola. Este año, por primera vez desde su creación en 2005, el festival de documentales Ambulante, que fundó junto a Diego Luna y Pablo Cruz, cruzará física y metafísicamente la frontera norte y recalará en California.

¿SE PUEDE SACAR ALGUNA CONCLUSIÓN SOBRE USTED EN 2014 A PARTIR DEL PERFIL DE TODOS ESTOS PROYECTOS?

Supongo que sí. He intentado que todos los trabajos, bueno, la gran mayoría, apelaran a una cierta sensibilidad. Ahora ya me relajo mucho más. He estado casi obsesionado con la distinción entre lo que es trascendental y lo que no, hasta que me he dado cuenta de que la división es muy nebulosa, que mucho de lo trascendental, en realidad, es efímero. Aun así, todo es igual de válido y gozoso. Ahora estoy con esta serie y empecé igual con cierta carga pesada, muy mía. Al final, se trata solo de encontrar una lógica creativa.

LA TELEVISIÓN HA CAMBIADO MUCHO DESDE QUE USTED PARTICIPARA EN UNA TELENOVELA CON 11 AÑOS. ¿VUELVE A ELLA PARA COMPROBAR SI ES CIERTO AQUELLA LETANÍA DE QUE HOY EL MEJOR CINE SE HACE EN LA TELE?

Yo también he cambiado mucho. No creo que el mejor cine se haga ni deba hacerse en la televisión. El mejor cine debe estar en el cine. El problema es que nos hemos olvidado de que el cine es un lenguaje único, que las películas buenas solo podrían haber sido películas. Ni series, ni obras de teatro. La última de Woody Allen [Blue Jasmine] me encantó, es único y todavía rueda dramas cinematográficos, hechos tradicionalmente, que no podrían ser jamás una serie. Ahora que lo pienso, igual la película no es tan buena, pero es que me hago mayor y tiendo a ser muy benigno con lo que veo.

Gael ríe cuando acaba la frase. Lo hace con todo el cuerpo y casi siempre acompañando las declaraciones que más hablan sobre él mismo. Hoy lo hecho en repetidas ocasiones, incluso cuando se ha enfrentado a temas especialmente incómodos, como, por ejemplo, su cabello. “A ver qué haces con esto”, le ha dicho a la chica de peluquería tras quitarse la gorra que lucía al llegar. El resultado ha sido el previsto: este periodista ha bajado corriendo a un supermercado de la Avenida San Juan a comprar laca y comprobar los efectos devastadores de la inflación argentina. Ahora el hombre que interpretó al Ché y que con solo diez años se dedicó a repartir octavillas por la Colonia Nápoles del D.F. a favor de Cuauthemoc Cárdenas, hijo del único presidente realmente de izquierdas que ha tenido México, tras el célebre fraude electoral perpetrado por el PRI, coge un sándwich y se pega un susto de muerte ante el jaleo que ha estallado al otro lado del estudio. Iba a hablar de otra cosa –le preguntamos si aún guarda la grabación de Amores perros que le pidió a Iñárritu tras finalizar el rodaje, convencido como estaba de que esa película jamás se estrenaría–, pero ha decidido improvisar. Se lo puede permitir. No ha venido a vender nada, conversa con su interlocutor porque le gusta conversar. Juega con una enorme ventaja: tiene cosas que decir. “Aquí, en Buenos Aires, siento que me hablan mucho y me gritan, parecen mosqueados todo el rato. Es extraño, porque México es un país violento, esto no debería chocarme, pero es que ahí no hablamos así. Mira, una vez leí una cosa que dijo Guillermo del Toro en una de las múltiples ocasiones en las que a los mexicanos nos toca tratar de explicar nuestro país. Le mencionaron el tema de la violencia y él respondió, creo que ya dándose por vencido, que tal vez había mucha muerte en México porque también existe mucha vida. Vida mata vida. No es una apología de lo que pasa, pero puede ser una estampa que nos sirva para entender algo”, discurre el actor, consciente de la fascinación que ejerce su tierra natal y lo difícil que es razonar sobre ella.

“Junto a la India, somos el país más raro”, bromea, mientras trata de instalar su mexicanidad en un lugar al que no lleguen ni el patriotismo ni el vacuo cosmopolitismo. Tras dar vueltas a la cuestión, y en el camino toparse con el éxito de Alfonso Cuarón y la disputa entre la prensa keniana y mexicana por hacerse con la nacionalidad del Oscar ganado por Lupita Nyong’o, el actor, que debutó como director con Déficit, parece haber dado con la historia que ilustrará esta vez su respuesta. “Hace años leí esta noticia sobre un científico mexicano, alguien que hace un trabajo que importa, no como yo [risas]. Está trabajando en un laboratorio en Italia y ahí descubre no sé qué bacteria. La noticia llega México, y el mensaje es que los mexicanos, todos, podemos. Se levanta el espíritu nacional. Parece una tontería, pero es inevitable de dónde vienes, y a la vez, accesorio. La bacteria la descubrió él, y también Italia. Hasta México. Lo que quiero decir es que está claro que soy un hombre, pero también soy una mujer. Comparto gran parte de sus hormonas… ¿o son cromosomosas? [más risas]. ¿Ves por qué no debía ser científico?”. Para él, México es comer fruta por la mañana y es la tridimensionalidad de la amistad (“al poco de conocer a alguien casi te metes en la cama con él”), pero también es conflicto: “La falta de justicia social es el mayor lastre que carga México y el resto de Latinoamérica. Sin paz social no hay justicia. Hay una cantidad absurda de millonarios, y una cantidad absurda de pobres”.

¿CÓMO SE SIENTE ALGUIEN COMO USTED DICIENDO ESTAS COSAS?

Me confieso víctima y también culpable de haber caído en cierta demagogia. Lo que he aprendido es que, si vas teniendo un bagaje, debes saber usarlo y servirte de él.

USTED TIENE ESE BAGAJE, PERO MUCHOS OTROS NO, Y ESO NO LES FRENA A LA HORA DE TOMAR PARTIDO AL RESPECTO DE TEMAS QUE IGUAL LES VIENEN GRANDES.

El problema es que se nos ha olvidado que hay que traer la política a la formación y expresión artística que uno maneja. Cuando nos metemos en temas políticos me he dado cuenta de que tendemos a utilizar el lenguaje que usa la misma política, somos muy taxativos, somos muy dogmáticos. Lo peor que hemos hecho los que estamos en el mundo del arte, y digo lo del arte siempre entre comillas porque suena fatal, pomposo, es que hemos caído y tomado las consignas y el discurso político de la misma política. Y ese es el mundo más rastrero, cortoplacista… Debemos expresarnos utilizando los resortes que utilizamos en nuestro medio artístico.

ESO TAL VEZ COMPLICARÍA EN DEMASÍA EL MENSAJE, ¿NO?

No tiene por qué. Lo enriquecería. De hecho, recuerdo un documental que vimos con Diego [Luna] cuando empezamos con lo del festival ambulante. Era una cosa de la BBC que mostraba la preparación a la que se sometían los profesionales con personas a su cargo, gente de cuyo trabajo dependen las vidas de otros. Hablaba del cuidado al que deben someterse porque ellos deben estar muy equilibrados. Luego, pasaba a Bush, Yeltsin y demás políticos de la época, y te contaba todas las enfermedades que los principales dirigentes políticos sufren. Te dabas cuenta de que están todos enfermos, pero no de forma figurada, literalmente, enfermos. Tremendo.

¿CÓMO VE LA FORMA EN QUE SUS COLEGAS ACTORES HAN GESTIONADO EL DISCURSO POLÍTICO EN ESPAÑA?

La posición que en España tiene el mundo del cine me resulta curiosa. Es increíble que una de las fuerzas principales de choque mediático sea la gente del cine. Es muy temprano para juzgar si eso está bien o mal, pero se ha dado y es sintomático.

Nos informan de que las esperanzas de que la luz vuelva son mínimas. El camarógrafo quiere hacer otra toma de Gael recitando a Herbert, y esta vez pide incluso más silencio que antes, pues debe grabar con la poca batería que le queda. Nos hacinamos de nuevo en la cocina. “… las tardes y las noches laboraba en ese habitual papel de mercenario-prostituta literario como escribano de una secta presidida por Carlos Slim, una secreta cofradía de empresarios latinoamericanos de ultraderecha…”. Pasan los minutos y no se oye nada. De golpe, se escucha la voz del camarógrafo: “Ese libro es muy interesante, medio ficción, medio…”. Maldecimos mientras nos desenredamos para salir de la cocina. Ha acabado de rodar y se ha puesto a charlar con el mexicano mientras el resto sufríamos en silencio la posibilidad de su ira. Cuando llegamos a la sala están discutiendo sobre Trotsky. Gael se está apuntando el título de una biografía de Ramón Mercader –el catalán que asesinó al ruso con un piolet– que le ha recomendado, nos invita a unirnos a la conversación y pide que el coche llegue otra media hora más tarde.

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