América Latina en la situación actual

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Si se quiere preservar la naturaleza y los recursos nacionales, el empleo y el nivel de vida, hay que salir de la lógica de sumisión al gran capital financiero internacional. O sea, repudiar la deuda externa, reestatizar sin indemnización la empresas vitales para el desarrollo social, expropiar la renta agraria de los grandes exportadores de soya y de granos y controlar por el Estado la comercialización de los productos agroalimentarios y de las importaciones, además de asegurar a todos una renta básica con la recaudación de impuestos a las grandes empresas, sostiene Almeyra.

Guillermo Almeyra/La Jornada

Hay indicios de una leve recuperación económica de algunos de los principales países capitalistas “occidentales”, como Estados Unidos Estados Unidos, Japón, Francia o el mismo Reino Unido, aunque los demás permanezcan estancados o en recesión. La misma fue obtenida a costa de enormes sufrimientos de los trabajadores (pérdida masiva de sus casa y empleos, desocupación durante largos periodos, aumento de la delincuencia, la prostitución, la miseria, las enfermedades curables, migraciones bíblicas en búsqueda de cualquier empleo en cualquier condición). El capital desmanteló una por una las leyes de protección laboral y dividió a los trabajadores oponiéndolos por motivos nacionales, sociales, hasta religiosos, minando así su capacidad de resistencia y, al mismo tiempo, despojó y rapiñó los bienes nacionales acumulados durante decenios, a costa de grandes luchas y sacrificios, por sucesivas generaciones. Esa es la base de un aumento sideral de la tasa de ganancia (y de la tasa de explotación) y de una concentración de la riqueza y diferenciación social entre las clases jamás vista en la historia.

Desarmado, atontado, teóricamente emborrachado por los partidos comunistas estalinistas o socialdemócratas, el movimiento obrero europeo opuso una débil y dispersa resistencia a esta ofensiva general del capital, que pudo integrar los inmensos mercados chino y ex soviético, que pasaron a ser el principal sostén del dólar y de la economía estadunidenses, cuando la caída de la producción industrial, del empleo y, por consiguiente, del consumo, frenaron las inversiones industriales en los países imperialistas y dejaron libres enormes capitales que se volcaron a China y hacia la especulación con las materias primas. Ese fue el motor de la breve prosperidad de los países llamados emergentes, que nunca dejaron de ser dependientes.

Ahora, estimulados por las mejoras ganancias, los grandes capitales vuelven a invertir tímidamente en la industria de los países centrales (como Francia, Alemania o Estados Unidos) y el capital emigrado a los llamados emergentes y a China comienza a volver a su país de origen. Este proceso debilita la especulación con las materias primas (agroalimentarias, minerales o energéticas, como el petróleo), lo cual a su vez impulsa la inversión industrial y el consumo popular en los países capitalistas, que han aprovechado la crisis por ellos provocada para eliminar industrias ineficientes o competitivas, reducir el número y poder de trabajadores y sus organizaciones, y destruir el ambiente y la sociedad para aumentar su tasa de beneficios.

Los gobiernos latinoamericanos llamados “progresistas” basan sus políticas en la extracción, sin límite alguno –ni social, ni ecológico–, de los recursos minerales de todo tipo o en la exportación cada vez más masiva de unos pocos productos agrícolas o agroalimentarios (café, bananas, flores, soya, madera para hacer pulpa de papel, carne). La caída en el mercado mundial de los precios de esas materias primas, aunque favorece a los consumidores europeos y estadunidenses, aplicó bruscamente un freno a la economía de Venezuela (y, por tanto, de los países dependientes de la ayuda fraterna de ésta, como Cuba y los del Caricom), así como a la economía argentina, brasileña, boliviana y, sin duda, afectará también a la de otros países del continente. Por consiguiente, no sólo debilitó a los BRICS, que algunos ilusos consideraban serios competidores de Estados Unidos, sino que también golpeó duramente y paralizó de hecho a organizaciones como Unasur o el Mercosur, que habían despertado esperanzas desmesuradas en tantos observadores superficiales. Proyectos indispensables como el Banco de Desarrollo de los BRICS o el Bancosur propuesto por Hugo Chávez quedan para mejores días. Para colmo, cosechas excepcionales como la de granos en Argentina (110 millones de toneladas) o la soyera 56 millones de toneladas) deprimen aún más los precios en el mercado mundial de los productos que aportan las tan escasas divisas a países cuya industria principal depende en gran medida de las importaciones…

Si los gobiernos “progresistas”son extractivistas a cualquier costo y neodesarrollistas y, además, viven procesos de gran inestabilidad política frente a las amenazas del capital extranjero y las oligarquías tradicionales ¿es posible y lógico esperar algo de ellos y del Estado que ellos controlan?

Ha llegado la hora de la lucha por la independencia política de los trabajadores de esos gobiernos y de los organismos de mediación del Estado (Iglesia, partidos, instituciones o sea de todos los que amarran las patas de la vaca que será sacrificada). Si se quiere preservar la naturaleza y los recursos nacionales, el empleo y el nivel de vida, hay que salir de la lógica de sumisión al gran capital financiero internacional. O sea, repudiar la deuda externa contraída por los gobiernos y las grandes empresas, estatizar o reestatizar sin indemnización la empresas vitales para el desarrollo social, expropiar la renta agraria de los grandes exportadores de soya y de granos y controlar por el Estado la comercialización de los productos agroalimentarios y de las importaciones, estableciendo prioridades, además de asegurar a todos una renta básica, o sea un ingreso fijo pagable con la recaudación de impuestos a las grandes empresas y con las ganancias de las empresas recuperadas. Por supuesto, esto no se puede hacer con estos gobiernos. Por consiguiente, hay que luchar en la perspectiva de amplios movimientos políticos unitarios de las víctimas del capital que reconstruyan la economía, las prioridades de consumo y el país mismo mediante asambleas constituyentes, y se apoyen para ello en la autorganización popular y de los trabajadores en cada comunidad, región, barrio o colonia.

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