En el mundo de hoy, razonar con lucidez y obrar con justicia conduce a la indignación, el fervor y la ira, allí donde se nutren los espíritus de la revuelta. Pues el presente estado del mundo es intolerable; y si la historia algo nos dice es que, a su debido tiempo, no será más tolerado.
Homenaje del EZLN al miliciano José Luis López, Galeano, y al filósofo Luis Villoro en el caracol de Oventic, Chiapas, el 2 de mayo de 2015.
Compañeras y compañeros del EZLN, familiares de Luis Villoro y del maestro zapatista Galeano, padres y madres de Ayotzinapa aquí presentes:
Quiero ante todo agradecer la invitación a participar en la apertura de este seminario El pensamiento crítico frente a la hidra capitalista, en medio de los grandes espacios, las casas y los árboles de Oventic, bajo este cielo que cambia sin cesar entre el sol, las nubes y las brumas que pasan y se van y regresan mientras la tierra siempre permanece.
Quiero también agradecer la cálida recepción que a los recién venidos nos hizo este pueblo organizado. De muchos de ustedes sólo pudimos ver los ojos, pero de seguro saben que es por allí donde se asoma el alma. Entonces…
Lo que traigo hoy para decirles proviene de unas líneas muy recientes: las palabras de apertura de El tiempo del despojo, un pequeño libro sobre estos tiempos adversos que, editor mediante, no debe tardar en aparecer en México.1
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Hemos entrado en el mundo y en México en una nueva época del capitalismo o, en otras palabras, de la relación de dominación del capital sobre el trabajo y la naturaleza. Esta dominación abarca en su totalidad a la actual civilización global desigual y entretejida que define el modo de existencia de las sociedades humanas en este siglo XXI.
No podemos abordar su descripción, su investigación y sus leyes de movimiento como si se tratara de la implantación, sobre relaciones sociales pre-existentes, de un nuevo modelo económico, como suele decirse, o de un conjunto de políticas públicas denominadas neoliberalismo, en el mismo sentido en que a mediados del pasado siglo XX se podía hablar de políticas y leyes de regulación legal y contractual de las relaciones entre el capital, el trabajo y la tierra –denominadas entonces keynesianas– dentro de los marcos de las relaciones existentes en los Estados y sociedades capitalistas.
No olvidemos tampoco que esa regulación tenía como trasfondo la explotación despiadada de un mundo colonial hoy trasfigurado en naciones políticamente independientes aunque económica y políticamente subordinadas, un mundo nuevo donde la relación de dominación entre los seres humanos y entre las naciones se ha modificado, aunque está lejos de haber desaparecido.
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Si tomamos la metáfora que ustedes nos proponen para describir al capitalismo –la Hidra, un monstruo mitológico de múltiples cabezas al cual, si se le cortaba una, le brotaban en su lugar dos o más–, podríamos decir que las revoluciones socialistas y coloniales que sacudieron el siglo XX: Rusia, China, Vietnam, Corea, India, Cuba y tantas otras, fueron cortando muchas de esas cabezas al capital. Pero a éste, al cabo de un tiempo, le nacieron o le renacieron otras en el mismo lugar de las antiguas: el mundo de los nuevos capitalistas y los nuevos ricos en esas naciones, hoy dueños del dinero, las propiedades, las modas y el poder.
Sin embargo tampoco nos extraviemos ni engañemos. Es cierto, no hay más Unión Soviética, no hay más China socialista, no hay más Vietnam socialista. Nuevos ricos muy ricos, nuevas clases capitalistas y dominantes surgieron en esos países y conforman el mundo presente. Pero también los viejos imperios con sus dominios coloniales desaparecieron: en el pasado aún reciente fueron tragados y destruidos por la marea de revoluciones coloniales y antimperialistas que barrieron el planeta entero.
Quedan los pueblos que hicieron las revoluciones. Queda la experiencia, queda el orgullo. Queda que la antigua humillación fue derrotada, queda la historia y la memoria de la dignidad reivindicada y recuperada. Con esta humanidad, nueva en las vidas y antigua en la experiencia, tienen los nuevos ricos que hacer sus cuentas y tratar de imponer nuevas formas del mando sobre miles de millones de asalariados nuevos, de despojados de sus tierras y sus casas, de migrantes y desprotegidos por todos los poderes.
Es la inaudita e inédita turbulencia del mundo de estos tiempos, donde los trabajadores de ciudades y campos están aprendiendo e inventando nuevas formas de organización, mientras el capital diseña y pone a prueba nuevas formas de dominación exhaustiva sobre los trabajadores y de explotación destructiva de la naturaleza.
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Estamos ante una forma nueva de la relación de dominación y subordinación: la dominación universal del mundo y el mando de las finanzas –el capital financiero global– sobre las sociedades y las economías, cualesquiera sean sus diversas culturas, formas y grados de organización y desarrollo, los diferentes propietarios y productos; las relaciones con la naturaleza; los sistemas políticos, religiosos y estatales; las configuraciones heredadas y actuales de nuestras sociedades.
Todas las otras formas de existencia y reproducción del capital –la hidra capitalista, como ustedes la denominan– y las otras relaciones sociales existentes por supuesto no desaparecen. Quedan subordinadas a la forma financiera y subsumidas en su dominación planetaria todavía en expansión. Ésta modifica y subordina naciones, sociedades y vidas humanas; sus relaciones internas y externas; sus modos de vivir, de esperar y de imaginar; sus relaciones con la naturaleza, el planeta, el universo como realidad dada, pensable y alcanzable.
Es un mundo nuevo, turbulento y expansivo, pero no un mundo feliz. Pleno de conflictos y sujeto a amenazas sin precedentes sobre su existencia misma y pleno de desdichas por la destrucción de antiguas costumbres, solidaridades, seguridades y rutinas, este mundo se presenta también como una promesa, hoy negada, de disfrute de sus fantásticos descubrimientos, invenciones y posibilidades de goce ya presentes.
En el mismo tiempo y momento de tal visión y tentación, en apariencia alcanzable, ella se alza ante la inmensa mayoría de los siete mil millones de seres humanos como la negación y la privación de esa plenitud de vida y disfrute, una inmensa humanidad que ve y vive la destrucción o la degradación de sus mundos de la vida, su herencia material –tierras, aguas, aire, caminos, ciudades, pueblos, barrios, bosques, vida vegetal y animal– y su herencia inmaterial civilizatoria de relaciones humanas: solidaridades, culturas, creencias y afectos.
A esta nueva gran trasformación2 la denominamos la unificación financiera del mundo:3 una sola dominación (fragmentada ella misma) sobre todas las demás inmediatas y existentes y, por necesidad, mediada por ellas; un mando universal y abstracto (cósico, según los términos de Bolívar Echeverría; bestial, según la imagen de la hidra; inhumano en ambos casos) sobre todos los demás mandos; un mando inasible, despótico y material sobre las sociedades humanas; dividido por desgarramientos y conflictos violentos entre quienes lo detentan, las diferentes fracciones –nacionales y territoriales– de las finanzas y sus cuerpos armados; y ejercido por reducidas élites del poder y del dinero, dueñas de armas que por primera vez vuelven pensable y posible la destrucción de la especie humana y de otras múltiples formas de vida sobre el planeta. Una sola dominación, pero dividida por intereses contrarios e inconciliables; y sobre una sola humanidad, pero desgarrada por creencias e intereses, naciones y etnias, despojos y migraciones.
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A la mitad de ese siglo XX, que fue el nuestro, en el año 1955, la editorial Presence Africaine publicó un escrito memorable de Aimé Césaire, Discurso sobre el colonialismo. Comienza así:
Una civilización que se demuestra incapaz de resolver los problemas que suscita su funcionamiento es una civilización decadente.
Una civilización que opta por cerrar los ojos ante sus más cruciales problemas es una civilización herida.
Una civilización que hace trampa con sus principios es una civilización moribunda. […]
Habría que estudiar cómo la colonización opera para descivilizar al colonizador, para embrutecerlo en el sentido literal de la palabra, para degradarlo, para despertar sus ocultos instintos a la codicia, a la violencia, al odio racial, al relativismo moral.
Al término de esta descivilización, Aimé Césaire descubre su producto refinado: el nazismo. Habría que revelar, dice, al muy distinguido, muy humanista, muy cristiano burgués del siglo XX que en su interior lleva un Hitler que se ignora a sí mismo, que Hitler lo habita. Aun cuando por propia ignorancia lo vitupera, agrega Césaire, lo que en el fondo ese señor no le perdona al nazismo no es el crimen en si, el crimen contra el ser humano, no es la humillación del ser humano como tal. Es el crimen contra el hombre blanco, es la humillación del hombre blanco, es haber aplicado a Europa procederes colonialistas que hasta ahora sólo tocaban a los árabes de Argelia, los coolíes de la India y los negros de África.
Colonización: cabeza de puente en una civilización de la barbarie de donde, en cualquier momento, puede brotar la negación pura y simple de la civilización.
Al llegar a este punto extremo de la elocución que, dice, nos instala en pleno salvajismo aullante, Aimé Césaire ha tocado la palabra clave de todas las rebeliones, ese resorte último que cuando es comprimido al extremo por el modo inhumano de una dominación salta y hace saltar todo: la humillación impuesta, la humillación vivida, la humillación sufrida.
Ese sobresalto suele comenzar por las voces bajas y los gestos pequeños: por ejemplo, la voz y los gestos de un señor al cual en estos tiempos le mataron un hijo en Cuernavaca, uno entre cincuenta mil muertos y muertas, matados y matadas en estas tierras mexicanas en los últimos cinco años, a diez mil por año, y ese día dijo estamos hasta la madre y se echó a andar y a juntar agravios y dolores por los caminos de México. O por las voces cargadas de dolor y de ira de las madres y los padres guerrerenses a quienes en Ayotzinapa los policías, cuerpo armado del poder estatal, les desaparecieron cuarenta y tres hijos, estudiantes normalistas todos; y ellos, madres y padres, enfrentaron a este poder y se echaron a andar por México y el mundo diciendo y exigiendo: Vivos se los llevaron, vivos los queremos. Dos de ellos, una madre y un padre, están hoy entre nosotros y hemos oído su reclamo y sus voces.
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En este proceso de unificación financiera del mundo anotamos también la obligada paulatina conformación de un nuevo sujeto histórico en campos, minas, mares, cielos y ciudades, el trabajador mundial:
El trabajador mundial en formación va adquiriendo y refinando en duras luchas por su afirmación y su existencia una nueva sutileza en la creación de inéditas formas de costumbres en común, conocimientos compartidos, organización, solidaridad, resistencia y rebelión. La rebelión de las mujeres contra la dominación masculina, con rasgos diferentes según sociedades y culturas pero perfil similar en cuanto estado de protesta e insumisión contra el estado de cosas dominante, es parte de este proceso y en casos o momentos específicos es también el rasgo dominante.
El trabajador mundial en tanto humanidad unificada no es una utopía. Es un proceso secular propio de esta civilización, en formación en las grandes migraciones y en las maravillas científicas y tecnológicas, mientras al mismo tiempo el planeta bordea la catástrofe bélica y la destrucción ecológica. […] Para percibirlo basta abrir la ventana, recorrer los caminos y aguzar la mirada y los sentidos.
Al final del escrito inicial de este volumen registramos:
Nada fue fácil antes, nada lo será mañana. Venimos del gran desastre universal del fin del siglo XX, el que consolidó e hizo más feroces a los nuevos y a los antiguos ricos de la tierra, el que engendró también las nuevas furias de los antiguos y los modernos condenados de la tierra.
Que no nos vengan con que es el tiempo de la esperanza. Es ahora el tiempo de la ira y de la rabia. La esperanza invita a esperar; la ira, a organizar. Hay un tiempo para la esperanza y un tiempo para la ira. Este es el tiempo de la ira. Después de la ira viene la esperanza.
Y estas líneas cierran el último escrito:
En el mundo de hoy, razonar con lucidez y obrar con justicia conduce a la indignación, el fervor y la ira, allí donde se nutren los espíritus de la revuelta. Pues el presente estado del mundo es intolerable; y si la historia algo nos dice es que, a su debido tiempo, no será más tolerado.
Que así sea, será nuestra esperanza. @
1 Adolfo Gilly y Rhina Roux, El tiempo del despojo – Poder, trabajo y territorio, Ediciones Itaca, México, 2015.
2 Karl Polanyi, La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, FCE, México, 2003.
3 Tomamos la expresión de un ensayo famoso de Emmanuel Le Roy Ladurie, Un concept: l’unification microbienne du monde (XIV-XVII siècles), 1973 ( Un concepto: la unificación microbiana del mundo –siglos XIV-XVII).
CXXVIII Cátedra Libre Marcelo Quiroga: La naturaleza sí tiene derechos
El evento académico se realizará este jueves 3 de octubre de 2024 a horas 19:00 (hora de Bolivia) y se transmitirá por la página en