Cada año a finales de agosto, los banqueros de los bancos centrales y los financieros de todo el mundo se reúnen en Jackson Hole, Wyoming, para participar en el simposio económico de la Reserva Federal de Estados Unidos. Este año, los participantes fueron recibidos por un numeroso grupo de personas compuesto en su mayoría por jóvenes, incluidos entre ellos muchos afroamericanos e hispanoamericanos.
El grupo se hizo presente allí más para informar que para protestar. Querían que los que deciden el futuro de la economía supieran que sus decisiones afectan a las personas corrientes, no solo a los ejecutivos preocupados sobre cuál es el efecto de la inflación sobre el valor de sus bonos o acerca de cuál es el efecto del alza de los tipos de interés en sus carteras de acciones. Las camisetas verdes que vestían llevaban impreso un mensaje señalando que para muchos estadounidenses la recuperación de la economía aún no ha llegado.
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Incluso ahora, siete años después de que la crisis financiera mundial provocara la Gran Recesión, el desempleo “oficial” entre los afroamericanos está en una nivel superior al 9%. De acuerdo con una definición más amplia (y más apropiada), que incluye a los empleados que trabajan a tiempo parcial, a los que buscan trabajo a tiempo completo y a los trabajadores empleados en condiciones de precariedad laboral, la tasa de desempleo de Estados Unidos en su conjunto es del 10,3%. Pero, para los afroamericanos –especialmente para los jóvenes– la tasa es mucho más alta. Por ejemplo, para los afroamericanos que tienen entre 17 y 20 años, que se han graduado en la escuela secundaria, pero no se han inscrito en la universidad, la tasa de desempleo es superior al 50%. El “déficit de puestos de trabajo” –la diferencia entre la cantidad de personas empleadas hoy y la cantidad que debería estar empleada– es de aproximadamente unos tres millones de personas.
Con tantas personas sin trabajo, la presión a la baja de los salarios también aparece en las estadísticas oficiales. En lo que va de año, los salarios reales de los trabajadores que no tienen un cargo de jefe cayeron en casi un 0,5%. La tendencia a largo plazo muestra que los ingresos de los hogares de clase media son más bajos ahora que hace un cuarto de siglo.
El estancamiento salarial también ayuda a explicar por qué son objeto de burla las declaraciones de los funcionarios de la Fed sobre que la economía prácticamente ha vuelto a la normalidad. Tal vez eso sea cierto en los barrios donde viven estos funcionarios. Pero, considerando que desde que comenzó la “recuperación” estadounidense la mayor parte del incremento de los ingresos beneficia a quienes se encuentran en el tramo salarial que aglutina al 1% más rico, la recuperación no llega a la mayoría de comunidades. Pueden dar fe de ello los jóvenes que acudieron a Jackson Hole, como representantes de un movimiento nacional denominado “Fed Up”, cuyo nombre en español se puede traducir como “Hartos de la Reserva Federal”.
Hay indicios de que las economías funcionan mejor cuando se tiene un mercado laboral rígido y, tal como el Fondo Monetario Internacional ha demostrado, cuando existe menos desigualdad (y, un mercado laboral rígido, normalmente conduce a una menor desigualdad). Por supuesto, los banqueros y ejecutivos de las corporaciones que pagan 1.000 dólares para asistir a la reunión de Jackson Hole ven las cosas de manera diferente: los salarios bajos significan altas ganancias, y las tasas de interés bajas significan altos precios de las acciones.
La Reserva Federal tiene un doble mandato: promover el pleno empleo y lograr la estabilidad de precios. Ha tenido más éxito con el segundo mandato, en parte porque tuvo menos éxito con el primero. Por lo tanto, ¿por qué los formuladores de políticas pondrán en el tapete de discusión un alza en las tasas de interés en la reunión de la Reserva Federal que se celebrará este jueves?
El argumento habitual para elevar las tasas de interés es amortiguar un sobrecalentamiento de la economía en la cual las presiones inflacionarias se han elevado demasiado. Obviamente, no es el caso de nuestra situación actual. De hecho, dado el estancamiento de los salarios y el dólar fuerte, la inflación está muy por debajo del objetivo del 2%, objetivo establecido por la propia Reserva Federal, y muy lejos de la tasa del 4%, la tasa recomendada por muchos economistas (entre ellos por el ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional, Olivier Blanchard).
Los halcones que van a la caza de la inflación argumentan que el dragón de la inflación debe ser decapitado antes de que comience a despertar: si no se actúa ahora, se pagará por ello en un año o dos. Pero, en las actuales circunstancias, una inflación más alta sería buena para la economía. Esencialmente no hay riesgo de que la economía se sobrecaliente tan rápidamente como para que la Reserva Federal no llegue a tiempo para intervenir y evitar una inflación excesiva. Cualquiera que sea la tasa de desempleo con la que las presiones inflacionarias se convierten en significativas –un interrogante clave para los que deben decidir– sabemos que es muchísimo menor que la tasa actual.
Si la Reserva Federal se centra excesivamente en la inflación, empeora la desigualdad, que a su vez daña a la economía en general. Los salarios se tambalean durante las recesiones; si la Reserva Federal sube las tasas de interés cada vez que se presenta una señal de crecimiento de los salarios, el poder adquisitivo de los trabajadores disminuirá y no se llegará a recuperar lo que se perdió durante la recesión.
El argumento a favor de subir las tasas de interés no se centra en el bienestar de los trabajadores, sino en el de los banqueros. La preocupación es que en un entorno de tasas de interés bajas, la “búsqueda irracional de rendimientos” avive las distorsiones en el sector financiero. En una economía que funciona bien, uno esperaría que el crédito fácil fuera la base de un crecimiento saludable. En EE UU se pide que los trabajadores sacrifiquen su forma de vida y su bienestar para proteger a banqueros ricachones de las consecuencias de sus imprudencias.
La Reserva Federal debe a la vez estimular la economía y calmar a los mercados financieros. Una buena regulación significa algo más que simplemente prevenir que el sector bancario dañe la economía (aunque la Reserva Federal no hizo un buen trabajo al respecto antes de la crisis). También significa adoptar y hacer cumplir las normas que restringen el flujo de fondos que se dirige a la especulación y alentar al sector financiero para que desempeñe en nuestra economía el papel constructivo que debe tener, facilitar dinero para establecer nuevas empresas y permitir que las empresas con éxito crezcan.
A menudo siento una gran compasión por los funcionarios de la Reserva Federal, ya que deben tomar decisiones que revisten riesgos en un ambiente de gran incertidumbre. Pero la decisión que en este momento se debe tomar no reviste riesgos. Al contrario, no podría ser una decisión más obvia: no es momento de endurecer las condiciones crediticias y ralentizar la economía.
Traducción de Rocío L. Barrientos.
FUENTE:
http://economia.elpais.com/economia/2015/09/17/actualidad/1442484030_300709.html
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