Juan Pablo De Santis/LA NACION (2013)
OSLO (Enviado especial).- Los periodistas económicos suelen repetir que Yngve Slyngstad probablemente sea uno de los tipos más listos de su país. No luce como un tradicional ejecutivo de finanzas, se arremanga la camisa para hablar, bebe café en un vaso de plástico y maneja 800.125 millones de dólares, una suma que equivale casi al doble de la economía argentina.
Slyngstad es el jefe del Banco Noruego de Manejo de Inversiones (NBIM, por su sigla en inglés) y gestiona el mayor fondo del mundo, donde Noruega inyecta casi toda la renta petrolera que recibe del Estado. Con el horizonte puesto en el largo plazo, es la mayor reserva del mundo destinada a pensiones (161.000 dólares por habitante).
Todos los funcionarios del Gobierno hablan del NBIM, al punto que al llegar al país creí que este hombre era, cuanto menos, una figura popular. No fue así. Si camina por el microcentro de Oslo y detiene a diez personas al azar -tal como hizo este cronista-, todas conocen y pueden explicar a grandes rasgos qué es el “fondo del petróleo”, pero muy pocas (sólo tres) responden con certeza quién es Yngve Slyngstad.
El experimento retrata la idiosincrasia de la economía noruega. A comienzos de la década del ’70 el país se puso de acuerdo en qué tipo de sociedad quería y los ciudadanos confían en la estabilidad de su economía sin estar pendientes todo el tiempo de quién está administrando cada área del Estado.
Noruega logró los niveles más altos del mundo en calidad de vida e igualdad de oportunidades para su población. La educación es pública, gratuita y bilingüe. Es difícil encontrar a personas de menos de 50 años que no hablen inglés fluidamente. Todos poseen cobertura de salud; la esperanza de vida al nacer es de 81 años; la brecha salarial entre varones y mujeres es casi inexistente; no hay pobreza ni desocupación y la renta por habitante -57.300 dólares- es la cuarta más elevada del planeta.
En medio siglo se convirtió en uno de esos países con excelente reputación internacional, aunque de bajo perfil político, a los que los argentinos suelen llamar con algo de envidia “el primer mundo más desarrollado”.
El Fondo Global de Pensiones el Gobierno (FBPG) -su nombre actual- fue creado en 1990 por el parlamento para contrarrestar la merma futura de ingresos, aislar la volatilidad del precio del barril de crudo y, por supuesto, pagar jubilaciones futuras [no actuales].
Al Fondo van a parar los miles de millones de dólares que recauda el Estado a través de: impuestos al sector petrolero, regalías por yacimientos y dividendos por su participación mayoritaria en Statoil, la petrolera noruega que a su vez es la mayor operadora de offshore en el mundo.