El miércoles 7 de diciembre a las cinco de la tarde, en el Museo del Estanquillo de Carlos Monsiváis, convocados por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México y una de sus grandes promotoras, María Cortina, se le rendirá homenaje al caricaturista Eduardo del Rio, Rius, quien ha guardado siempre un bajo perfil a lo largo de su carrera y ha sido todo, menos avorazado. Al contrario, Rius es posiblemente el hombre más generoso de la tierra. Rius, Eduardo del Río, siempre ha guardado un perfil bajo. A lo largo de los años le han pagado una miseria, pero como casi no come, dice que no le importa. Así como lo ven ustedes de flaquito, ha sido capaz de descontar de un solo upper cut a Vicente Fox Quesada y de tirar en la lona por knock out al innombrable. A diferencia de muchos intelectuales que se creen la divina garza, no es una vedette ni tiene un ego del tamaño del mundo. Será porque durante siete años lo aleccionaron los salesianos. Iba a ser sacerdote, pero terminó en Gayosso como gerente de comunicaciones, o sea telefonista, y en su tiempo muerto, que era mucho (porque entonces no había tantos muertos), hacía dibujos que paliaran la grisura funeraria de los ataúdes de metal.
En 1954 entró a la revista Ja-Já, pero fueron Los Supermachos y luego Los Agachados (que aparecieron a finales de los años 60) las publicaciones que lo convirtieron en el Rius que todos conocemos. Autor de más de 120 libros, es nuestro Piaget, nuestro Freinet, nuestro Ivan Illich (quien fue su vecino en Cuernavaca), nuestro Montaigne y nuestro Federico Froebel. Rius es, sin proponérselo, uno de los grandes educadores que ha dado México en el siglo XX, además de su crítico más lúcido.
Durante años tuve sobre mi Olivetti una calcomanía de Los Supermachos para que me trajera suerte, así es que pensé en Rius mañana tarde y noche. “¡Ah, trae usted a Los supermachos”, me decían los aduaneros hasta en Estados Unidos, porque de esa historieta se vendían 250 mil ejemplares semanales y atravesaban la frontera.
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Rius será homenajeado el miércoles en el Museo del EstanquilloFoto Archivo / La Jornada
Rius es uno de los santos de Rafael Barajas, el Fisgón, quien cree más en él que en la Virgen de Guadalupe. Hernández cuenta que compraba las historietas de Rius cada ocho días y el subcomandante Marcos reveló en una entrevista que Rius había sido su maestro porque “En la provincia, la política llegaba por Rius o no llegaba”.
¿Hay carucaturistas de derecha?
Sus libros son mucho más que los de un buen caricaturista de izquierda, pero cabría preguntarse ¿qué caricaturista es de derecha? Rius ha enseñado, informado y politizado a millones de mexicanos.
Después del libro publicado en 1965 Cuba para principiantes, en defensa de la revolución encabezada por Fidel Castro, dejó de proponer la rebelión armada para lograr un cambio. Casi treinta años más tarde, en 1994, autocrítico y honrado a carta cabal, hizo pública su decepción con la revolución cubana en Lástima de Cuba y declaró que su Cuba para principiantes era la obra de un novato.
Ferozmente antiestadunidense, nunca visita Estados Unidos por más que lo inviten, para él los banqueros gringos son unos gordos repugnantes y si Nixon fue el monstruo de la Laguna Negra, Trump es el terror en persona. Rius mira espantado el triunfo del republicano y hoy, más que nunca, se enorgullece de ser mexicano y de haber nacido en el bellísimo estado de Michoacán, cuna de don Lázaro Cárdenas del Río.
Todo lo que sé y sabré jamás de marxismo se lo debo al Marx para principiantes de Rius, aunque no sé si todavía siga creyendo en Marx. En su floreada casa de Cuernavaca –entre Micaela, su mujer, y Citlali, su hija– Rius sigue siendo el mismo de Los Supermachos, cada vez más rebelde, más lúcido, más entrañable y más indispensable en el proceso educativo y crítico de los mexicanos.