Desigualdad extrema: ocho tienen más que la mitad del mundo

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Silvia Ribeiro*/La Jornada

Ocho personas, todos hombres, tienen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial, según el informe de Oxfam Una economía para el 99 % publicado este mes. La cifra es abismal. La desigualdad entre los muy pocos inmensamente ricos y los miles de millones cada vez más pobres no es nueva, pero el aumento de la brecha produce vértigo. En 2010, 388 millonarios tenían la misma cantidad de riqueza que la mitad más pobre del mundo. En 2014 se habían reducido a 85. Desde entonces la población mundial aumentó en casi 300 millones de personas y, pese a ello, la cantidad de ricos que concentran igual dinero y propiedades que la mitad de la población global, se redujo 10 veces, de 85 a sólo ocho personas.

Los ocho más ricos que concentran esa cantidad brutal de dinero y propiedades son Bill Gates, fundador de Microsoft; Amancio Ortega, tiendas Zara e Inditex; Warren Buffet, inversor y accionista de Berkshire Hathaway; Carlos Slim, Grupo Carso, Telmex y otras; Jeff Bezos, fundador de Amazon; Mark Zuckerberg, fundador de Facebook; Larry Ellison, fundador de Oracle; Michael Bloomberg, dueño de Bloomberg LP. Salvo Slim, de México, y Ortega, de España, todos son estadunidenses.

La composición de los más ricos revela el lugar de las tecnologías digitales y de información y comunicación, base de la “cuarta revolución industrial”, así como el efecto de las nuevas formas de plusvalía creada por millones a favor de unos pocos a través del uso de redes sociales e Internet de las cosas.

El reporte muestra también que el uno por ciento más rico del mundo ya posee más riqueza que el 99 por ciento restante. Y que esos son los que pagan menos o ningún impuesto –al contrario, reciben enormes subvenciones del erario a sus actividades– mientras ganan cada vez más dinero con la “gestión de grandes patrimonios” y la especulación.

América Latina sigue siendo el continente más desigual con países con inmensas riquezas y recursos como Colombia, Brasil y México, donde la amplia mayoría de sus poblaciones no puede acceder a ella ni disfrutarla. En esos y otros países que están a la cabeza de la desigualdad en el continente, la mayoría de la población está sometida a cada vez más explotación, salarios más bajos, aumento de precios de los insumos básicos, nuevas leyes que por distintas vías permiten aún más despojo, como mayor extranjerización y concentración de la tierra. Por ejemplo, en México, aunque formalmente la propiedad social de la tierra se mantiene, las leyes secundarias de la reforma energética facilitan y justifican legalmente la apropiación de facto de esa tierra por parte de trasnacionales y grandes empresas petroleras, mineras y otras. Otro informe reciente de Oxfam sobre la propiedad de la tierra en América Latina muestra cómo las políticas que han favorecido y subsidiado el crecimiento de la minería, la explotación petrolera, las plantaciones forestales y la expansión del agronegocio en el continente, se han traducido a su vez en una mayor concentración de la tierra en menos manos.

Hay varios factores que contribuyen a este aumento galopante de la desigualdad. El de fondo es la crisis del sistema capitalista que se profundiza y ante ésta, la actividad frenética de las empresas para mantener sus ganancias. Más allá de pequeñas variaciones en índices convencionales de crecimiento, subsiste un “estancamiento secular” de crecimiento determinado por las contradicciones internas del sistema, no por razones coyunturales, como explica Alejandro Nadal (La Jornada, 2/11/16).

La propia dinámica del capitalismo lleva a más oligopolios –cada vez menos empresas siempre mayores– para controlar mayores porcentajes de mercado y eliminar competencia. Esto se acelera con el estancamiento, al topar con techos de mercado, de recursos, de demanda, de tecnologías, de efectos colaterales como desastres ambientales y de salud. A su vez, los oligopolios aumentan el poder para aplicar reducciones salariales, de condiciones laborales y para lograr que los gobiernos hagan políticas impositivas, crediticias, de subsidios y exenciones fiscales a su favor. Al extremo, han apoyado incluso golpes de Estado como en Honduras, Paraguay y Brasil.

Ante las crisis que ellos mismos provocan, logran que los estados paguen con dinero del erario sus pérdidas, desde rescates bancarios a nuevos incentivos fiscales que argumentan es para el bien de todos. La realidad es que las crisis han enriquecido a los más ricos, mientras la mayoría se empobreció. El 95 por ciento del crecimiento económico desde 2009 fue captado por el uno por ciento más rico, mientras 90 por ciento de la población se volvió más pobre y marginada.

Un ejemplo de estos procesos son las fusiones dentro del sector alimentario agroindustrial. Después de tres décadas de fusiones, las empresas de semillas y agrotóxicos están en proceso de quedar en sólo tres megaempresas globales que controlan más de dos tercios de los insumos agrícolas, con enorme poder para decidir precios y productos. Monsanto y Bayer ya se reunieron la semana pasada directamente con Trump y lo convencieron de que la fusión “creará empleos”, cuando los datos de los pasados 30 años muestran lo contrario: han disminuido notablemente el empleo rural y aumentado descabelladamente los precios.

Mientras algunos se hacen obscenamente ricos, las crisis ambientales, económicas, políticas, sociales, así como la criminalización, persecución y asesinatos de los que resisten aumentan. Al decir de Claudia Korol, “nos matan todos los días. Luchar es el único modo de vivir.”

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2017/01/21/opinion/021a1eco

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