A la memoria de Osvaldo Bayer, historiador anticapitalista y hombre de una sola pieza.
La lucha de clases, de la que la rebelión de los chalecos amarillos franceses forma parte, es como un río cársico que cuando parece hundirse en la arena reaparece en la superficie más tarde y a distancia porque mientras existan las clases explotadoras y la opresión será inevitable la resistencia de los explotados y su búsqueda de una alternativa social.
Los trabajadores reconstituyen su unidad en la lucha y en ella construyen su conciencia de clase sobre la base de valores morales antiguos – como la solidaridad, la fraternidad, la justicia, la igualdad, el altruismo, la acción comunitaria, la democracia de iguales nacida- que nacieron mucho antes de la construcción de Estados y de aristocracias, esa división en estratos sociales separados y congelados que los pueblos bárbaros imitaron queriendo parecerse a Egipto y Roma.
Toda gran ola social de fondo arrastra inevitablemente desclasados y desechos sociales, delincuentes y fascistas pero, al mismo tiempo, destruye las barreras a la alegría y la creatividad de los pueblos y fomenta heroísmos, abnegación, desarrollo humano, origina canciones y, porque confusamente busca cauces al desarrollo de una sociedad justa y bella, tiene reiterados momentos lúdicos y no sólo expresiones de una antigua y profunda ira.
Francia nos da un ejemplo. Con sus jacqueries (sublevaciones campesinas) y sus intelectuales subversivos obligó en 1788 al rey a convocar los Estados Generales que dieron origen a la revolución que terminó decapitándolo y creando la República de Robespierre y Saint Just. Los Cuadernos de Reclamos que prepararon esos Estados Generales fueron amasando un pensamiento común y las discusiones en las asambleas de los Clubes infundieron seguridad y audacia a los quejosos y afinaron sus propuestas y soluciones.
Enterrada la República por Napoleón I, esas experiencias reaparecieron en 1830 en la huelga insurreccional de los tejedores de seda de Lyon y, después de la derrota de éstos, en las barricadas en los barrios obreros de París en 1848 que restauraron la República. Después, culminaron y se expandieron en la Comuna de París de 1871 y el Frente popular en 1936 con su huelga general masiva o el 1968, con la mayor huelga general de la historia de Francia y el libertarismo juvenil, mantuvieron en alto esas antorchas.
Hoy los alcaldes en lucha contra el poder central de tipo monárquico que les quita derechos y fondos reúnen nuevamente Cuadernos de Reclamos para sostener la lucha de los Chalecos Amarillos y de sindicatos, asambleas locales y piquetes surge la exigencia de Estados Generales (de la Sanidad, de la Educación, del Transporte). Por su parte, las acciones de los Chalecos Amarillos, que el 78 por ciento de los franceses apoyan, son autoconvocadas, democráticas y autogestionarias y no tienen ni jefes ni delegados omnipotentes mientras la canción de los guerrilleros comunistas italianos Bella Ciao se canta hasta en las fiestas junto con la reciente On lâche rien! (¡No nos rendiremos!).
Existe una conciencia histórica profunda que hace que los trabajadores y los sectores populares reproduzcan siempre los momentos del pasado en que se vieron a sí mismos en toda su fuerza y capacidad potenciales al rebelarse contra el poder monárquico- burgués, como el de Luis XVI. Esa seguridad histórica les da un fuerte espíritu de ofensiva que convence y arrastra a otros sectores oprimidos y explotados de Francia y del resto del mundo, donde la historia popular francesa tiene gran peso.
“Los muertos agarran a los vivos”. La historia actúa hoy porque los seres humanos toman conciencia apoyándose en las experiencias pasadas y encontrando en ellas materia para reconstruir sus formas organizativas y su visión del mundo y de sí mismos.
Los Chalecos Amarillos hicieron ceder dos veces al gobierno y le desbarataron sus planes pues la reforma de las jubilaciones que aquél pensaba hacer resulta ya políticamente imposible. Hundieron así la arrogancia y la prepotencia de Macron, dividieron al partido de éste (la República en Marcha) amenazando con barrerlo del escenario político y sus acciones y reivindicaciones son hoy el centro de la vida política francesa, en la cual Macron y el capital financiero han perdido protagonismo y la iniciativa política.
Sin embargo, los Chalecos Amarillos aún deben crecer y definirse mejor para evitar desvíos o pérdidas de impulso siempre posibles. Para imponer la alternativa anticapitalista que les anima pero que por ahora sólo esbozan deben incorporar a los inmigrados antiguos y recientes (físicamente poco presentes en manifestaciones y piquetes) y a los trabajadores sindicalmente organizados, ayudándoles de paso a democratizar y politizar sus sindicatos.
Lo que todavía es consciente a medias y constituye su memoria histórica profunda debe incorporarse como conciencia de clase para que una huelga general unida a la resistencia civil pueda abrir las puertas a otra política.