Mar Centenera/El País
La bióloga Sandra Myrna Díaz (Bell Ville, Argentina, 1961) recuerda que 15 años atrás, cuando en su provincia natal de Córdoba le preguntaban qué estudiaba y ella contestaba que investigaba sobre biodiversidad, la miraban “muy raro, como si fuera marciana”. Ahora, convertida en una de las referentes mundiales en el campo de la ecología, encuentra a un público “cada vez más consciente y movilizado”. Díaz ha sido premiada junto a la estadounidense Joanne Chory con el Princesa de Asturias de Investigación por sus contribuciones pioneras al conocimiento de la biología de las plantas que “son trascendentales para la lucha contra el cambio climático y la diversidad biológica”.
La investigadora superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) en el Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal de la Universidad Nacional de Córdoba considera que el premio “es una señal clara de la importancia que se da al cambio ambiental global y a cómo la naturaleza interviene y provee contribuciones fundamentales”.
Díaz es uno de los científicos que han encabezado el informe de la Plataforma Intergubernamental sobre la Biodiversidad y los Servicios Ecosistémicos (IPBES) presentado hace un mes en París en el que sostienen que un millón de especies animales y vegetales están en peligro de extinción a un ritmo sin precedentes. “La biodiversidad está en un punto crítico”, advierte en esta entrevista telefónica.
Pregunta. ¿Qué diferencias hay entre el impacto del cambio climático en especies vegetales y animales?
Respuesta. Hay muchas plantas muy diferentes entre sí y los animales también y los cambios globales, no sólo climáticos, sino también en el uso de la tierra, la contaminación, extracción, se potencian entre sí. Aquellos animales y plantas muy especializados, que viven muchos años y que se reproducen muy lentamente, esos son los perdedores. Las plantas y animales que están por todos lados, que nos acompañan, que se reproducen muy rápido, ellos tienden a ganar. Y la consecuencia es un mundo cada vez más empobrecido en biodiversidad, cada vez más uniforme.
P. Para sobrevivir al calentamiento global hay plantas que se trasladan a lugares más fríos o a mayor altitud. ¿Hay un límite a esa adaptación?
R. Las plantas son increíblemente adaptables y se adaptan a un ritmo sorprendente. Pero dependiendo de las plantas, muchas no pueden migrar a una velocidad suficientemente alta para acompañar los cambios. Cuando retrocedieron los hielos después de la última glaciación las plantas recolonizaron ambientes en el Hemisferio norte, pero los cambios se dieron a un ritmo mucho menos acelerado que ahora. Tampoco había la fragmentación del territorio que tenemos ahora.
P. ¿De qué forma influye esa fragmentación?
R. La única forma que tiene una planta de migrar es que sus semillas se esparzan lo suficientemente rápido, encuentren un suelo apto y crezcan. Hablamos de determinada tasa de dispersión por semilla, pero eso asume que el paisaje es continuo. Si en el camino de migración hay ciudades, autopistas, contaminación, usos de la tierra no favorables, directamente no hay migración posible. Para algunas plantas, aunque hubiese un paisaje continuo y condiciones favorables, por el tipo de biología que tienen los cambios son demasiado rápidos para ellas.
P. ¿Estamos a tiempo de frenar la extinción de ese millón de especies en peligro?
R. Nos dijeron que es un informe pesimista, pero es realista y optimista porque hay todavía esperanza. Tenemos una ventana de tiempo corta donde si se hace un cambio transformador, rápido y extremo se puede revertir parte del sistema. Parar la amenaza de extinción de todas las especies es probablemente poco realista, pero podemos trabajar para un mundo mucho mejor del que tenemos hoy y del que las proyecciones muestran para 2050, que es mucho peor del que tenemos ahora.
P. ¿Cuáles son los cambios más urgentes que se requieren?
R. Nos parece que es fundamental primero que la actividad económica y de producción se modifiquen para que sea mucho más eficiente, sustentable y genere menos desperdicios. Tienen que internalizarse los verdaderos costos de la producción, porque hay productos con los que unos pocos hacen grandes negocios porque no están pagando el costo real de lo que significa.
P. ¿Por ejemplo?
R. La producción de soja en el Gran Chaco latinoamericano no está pagando el costo social y del futuro ambiental de la gente que vive en esas zonas. El comercio mundial no está pagando los costos ambientales reales, la producción de palma aceitera tampoco. Me dan esperanza estos movimientos juveniles pidiendo que no nos comamos el futuro porque metafóricamente es lo que estamos haciendo. Con este modo de producción lo que estamos consumiendo es la posibilidad de un futuro sustentable y una calidad de vida justa para las próximas generaciones. No importa que uno viva en el último piso del rascacielos más alto de la ciudad más tecnológica, nuestra vida depende de la naturaleza por lo que comemos, por las historias con las que nos formamos, por nuestra identidad cultural… Tenemos que cuestionar esas narrativas que dicen que la única manera de progresar es consumiendo más, cada vez más caro, con más obsolescencia. ¿Qué es esa idea de progreso?
“La situación de asfixia de la ciencia pública argentina es alarmante”
A diferencia de muchos de sus colegas, quienes emigraron de Argentina en época de crisis en busca de mejores oportunidades laborales, Díaz ha desarrollado toda su carrera científica desde su provincia natal, Córdoba, en el centro del país. Sin embargo, los recortes presupuestarios aplicados por el gobierno de Mauricio Macri a la ciencia han vuelto “extremadamente difícil” el trabajo de Díaz y otros investigadores locales. “Creo que Argentina tiene un sistema científico del que tenemos que estar orgullosos, basado en la educación pública y con una gran trayectoria en América Latina. Pero últimamente la situación de asfixia de la ciencia pública es alarmante”.