Marcelo Quiroga Santa Cruz: homenaje a Mauricio Lefebvre

Facebook
WhatsApp
Telegram
Mauricio Lefebvre, asesinato el 21 de agosto de 1971 en el golpe de Estado de Hugo Banzer.

Marcelo Quiroga Santa Cruz (1971)

Pido la Palabra: hace dos años interrumpí un programa semejante bajo el gobierno de Barrientos porque fui encarcelado.

Hoy lo reinicio, desde la clandestinidad a que me obliga la persecución política de un régimen que dice inspirarse en la memoria del expresidente, porque el pueblo todo ha sido privado de su libertad.

Pero antes de comenzar el análisis de los asuntos de interés popular y nacional emergentes del cruento golpe militar que ha dado origen a un nuevo gobierno de indisimulable vocación reaccionaria y pro imperialista, debo una palabra a Mauricio.
Mauricio Lefebvre, sacerdote, boliviano y compañero. Te hablo a ti que estás muerto y hablo por ti y por los 150 compañeros que en La Paz, Oruro y Santa Cruz, con un antiguo fusil herrumbrado y tres o cuatro balas en el bolsillo. Con un bullicioso, pero inofensivo cartucho de dinamita en la mano. Con el adobe destinado a una inútil y tardía barricada pesando en el hombro o con la mirada, simplemente con la mirada, serenamente fija en los ojos del que mandaba el pelotón de fusilamiento. Por el obrero fabril, por el minero, por el empleado de la clase media, por los universitarios y las universitarias, por todos ellos que como tú y por nuestra causa también han muerto.

Te hablo a ti como si hablara a los 150 muertos sin nombre. A Pedro, a Juan, a Manuel, le hablo a la sangre popular que no tiene nombre.

Pero tú sabes Mauricio que en lo que las informaciones periodísticas es nada más que una cifra. Lo que ni siquiera en los avisos necrológicos figura, porque hasta la muerte separa a los hombres en distintos rangos sociales, fue hasta la víspera de la masacre, un varonil pecho de obrero revolucionario, el generoso vientre de una madre proletaria, la frente en alto de un universitario, la sonrisa confiada de un niño.

Tú sabes Mauricio, sacerdote y compañero por qué han muerto los que junto a ti han muerto. Y sabes también por qué los 600 heridos y lisiados sufren hoy, tanto por sus heridas o la pérdida de una extremidad, como por la pérdida de la libertad. Tal vez tú has alcanzado por tu fe cristiana, la felicidad sobrenatural que al precio de tu propia vida intentaste conquistar como felicidad humana aquí y ahora.

Tú dejaste el Canadá Mauricio, donde naciste, para integrarte en la entraña misma de nuestro pueblo. Porque tu supiste que el que lucha y sufre por la dignificación del hombre sobre un pedazo de tierra, sufre y lucha sobre toda la tierra.
Pudiste ser un cura convencional y así no ser nadie. Pudiste militar en las filas del segmento eclesiástico tradicional. Ser un sacerdote conservador y así no ser un sacerdote. Pudiste no ser un cura del tercer mundo y así no estar en este mundo.

Pero tu supiste a qué venías compañero. Por eso, en lugar de vegetar como párroco nutrido en las alcancías de las sacristías, te ganaste el pan de cada día. En lugar de ser asesor espiritual y falso tranquilizador de la corrompida conciencia de la burguesía fuiste asesor intelectual de la juventud revolucionaria. En lugar de buscar la amistad de la oligarquía, con la que los curas que traicionan su ministerio, intercambian indulgencias y estipendios, conviviste con el minero y con él compartiste su duro pan y tu luminosa palabra.

No te he visto morir Mauricio. No estaba cerca tuyo cuando las balas atravesaron tus manos como dos clavos, ni cuando un último disparo hirió tu costado. Pero estoy seguro que en tu agonía, mientras te desangrabas sobre esta tierra que te eligió para ser tu patria, escuchaste elevarse, confundido con el tableteo de las ametralladoras, un coro infame de imprecaciones contra el cura extranjero y comunizante. Que oiste un miserable suspiro de alivio porque tu morías. Que imaginaste también la hipócrita frase de los que simulaban lamentar tu muerte, porque es más fácil fingir piedad por el enemigo muerto que respetar al adversario vivo.

Y nada de eso ha debido atormentarte Mauricio, porque sobreponiéndose a esas voces, venciendo ese sordo rumor de los mercaderes, has debido oir la voz de tu pueblo. Tuyo, sí. Tuyo, porque no te has incorporado a él por el mero hecho de nacer en el espacio geográfico donde es explotado, sino porque lo has conquistado con tu apasionada entrega a su servicio.

Has debido oir la voz de tu pueblo, rindiéndote un homenaje de gratitud y camaradería revolucionarias. Pero no un homenaje convencional y burgués, hecho de lacrimosas oraciones fúnebres, no. Sino el homenaje que tu preferías y merecías.

Imagino Mauricio, boliviano, sacerdote y compañero, que en el último instante, cuando yacías inmóvil sobre esta tierra nuestra que no te dio cuna para el disfrute de ventajas, sino cadalso y tumba, para el sacrificio revolucionario por tu amor a los desposeídos, el homenaje de tu pueblo llegó a tus oídos y se reflejó en tus ojos inmóviles abiertos a la noche sangrienta.

Era el fragor de la heroica resistencia y era el perfil de Laikakota, la fortaleza del genocidio, conquistada por los primeros combatientes del pueblo. Ese es nuestro homenaje Mauricio, compañero. Ese es el homenaje de tu pueblo. La voluntad de continuar la lucha en la que has caído, hasta la victoria final.

Facebook
WhatsApp
Telegram

Te puede interesar