Raúl Zibechi/Desinformémonos
¿Qué tipo de comercios pueden resistir más de un mes de cierre o de actividades restringidas?
Evidentemente, sólo las grandes superficies, aquellos que tengan un respaldo financiero importante, que sean parte de cadenas multinacionales como los supermercados. Los pequeños comercios en los que la mano de obra fundamental es la familia, pueden tener los días contados.
¿Qué consecuencias tiene confinar a las personas en sus casas? ¿Quiénes se encargarán de los cuidados de la familia?
Evidentemente, las mujeres. Las madres, las abuelas y las niñas y adolescentes, estarán forzadas a soportar padres, abuelos y hermanos agresivos, acosadores y hasta violentos, sin la menor posibilidad de revertir esta situación.
Llama la atención que a días del 8M, cuando el movimiento feminista ha mostrado en todo el mundo (menos en Asia) una potencia emancipatoria y anti-patriarcal fascinante, la respuesta a la crisis caiga nuevamente sobre los cuerpos de ellas, sobre las espaldas de millones de mujeres que , justamente, han sufrido el espacio privado como un calvario.
Con el aislamiento prologando, es evidente que los maltratos se van a intensificar, pero van a disminuir posibilidades de denunciar, de acuerparse con otras. El Estado aísla a las mujeres en sus casas, cuando la forma de defenderse de los maltratos y la violencia machista ha sido salir a la calle, ocupar el espacio público, hacerse multitud. Desde la soledad de los balcones y las ventanas, poco podrán hacer para evitar el acoso.
Con las personas que trabajan en precario (mercados populares, tianguis, venta callejera, informalidad y toda la enorme variedad de la sociabilidad y sobrevivencia populares), sucede algo similar. En primer lugar, en su inmensa mayoría son mujeres las que sostienen la economía no formal. En segundo, estar apenas unos días sin poder vender o realizar servicios, condena a familias enteras a la mayor pobreza, sobre todo a las niñas y niños que dependen del trabajo precario de sus madres y padres.
La crisis del pequeño comercio y de los mercados populares, está destinada a intensificar la acumulación de capital y su concentración en grandes empresas capaces de soportar la crisis, porque están ligadas a ese 1% más rico de la población que, como sucede siempre, se enriquece con la penuria del resto de la humanidad.
Además de las mujeres, la llamada informalidad en América Latina está conformada mayoritariamente por personas pertenecientes a pueblos originarios y negros, campesinos y sectores populares urbanos que viven en la periferia de las grandes ciudades.
Como se desprende de la forma como los Estados pretenden resolver la crisis provocada por la epidemia de coronavirus, los mismos sectores sociales que vienen siendo asesinados en las “guerras contra el narcotráfico”, que son víctimas del extractivismo y de feminidicios, en suma, del modelo de acumulación en curso, serán ahora los más perjudicados por los modos como se pretende “derrotar” el virus.
De este modo, a través del encierro en las viviendas (precarias en gran medida) y del cierre del comercio informal, se agudizan la pobreza y la precaridad de la vida de quienes ya sufren todo tipo de violencia y de opresiones.
Los datos nos dicen que la mayoría de los feminicidios son perpetrados por hombres armados (militares, policías y guardias privados). Los gobiernos decidieron que ellos son los encargados de asegurar que se cumplan las normas para contener la epidemia. Decisiones que se tomaron sin consulta ni consenso.
Es penoso comprobar que gobiernos que se proclaman democráticos, incluso en Europa, sacan a los militares a las calles para, supuestamente, cuidar a la población cuando, en realidad, están imponiendo un orden injusto apoyado en la violencia.
La principal ventaja de esta crisis, es que desnuda la trama de la que están tejidas nuestras opresiones: violencia y amenaza de violencia.
Pero si permitidos que los Estados tengan las manos libres para imponer sus “soluciones”, la crisis se resolverá con más patriarcado y más colonialismo interno.