De las máscaras caseras antigás a los cubrebocas. Estudiantes de la Universidad del Cauca, en el suroeste de Colombia, han aprendido —a las malas— a respirar con la nariz y la boca tapadas. Hasta hace unos meses, el movimiento estudiantil de esa región esquivaba gases lacrimógenos en medio de las protestas que se vivían en el país. La pandemia obligó a posponer los planes del movimiento al menos los primeros meses de 2020, pero los jóvenes no se han quedado quietos. Se han vuelto a cubrir la cara — esta vez con tapabocas — para ponerse al frente de otra primera línea: la ayuda en la crisis. Los estudiantes han organizado colectas para los barrios adonde no ha llegado el Estado y desde las universidades han participado en la producción de material de protección o de diagnóstico.
“Ahora todos estamos sintiendo lo vulnerables que somos ante estados que no ofrecen garantías en atención de salud”, apunta José Daniel Gallego, estudiante de Filosofía de la Universidad del Cauca y miembro de Unión de Estudiantes de Educación Superior. Ante el grito desesperado que se ha escuchado en toda Colombia con trapos rojos como señal de hambre, estudiantes como José Daniel están actuando. “Hemos empezado a entregar mercados y ayudas económicas, motivados por el sentimiento de solidaridad que marca al movimiento estudiantil. Queremos bajar esas banderas rojas”, dice.
En Santiago de Chile, Ayelén Salgado habla del 18 de octubre como el día en que los estudiantes demostraron que podían con todo. Ella fue vocera durante 2019 de la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES), una de las fuerzas que hizo de aquella fecha el inicio de las revueltas sociales más grandes de Chile. “La pandemia no nos hace olvidar lo que logramos”, dice por teléfono desde el lugar en donde hace cuarentena con otros cinco estudiantes.
Los estudiantes de ACES se han agrupado en comités para ayudar a la gente mayor a hacer las compras. Están disponibles también para acompañar o hacer diligencias a quien no pueda, mientras continúan con sus clases de forma remota. “Hay rabia y saldremos con más fuerza”, dice Ayelén, quien menciona lo que la pandemia ha dejado ver en su país como razones para no bajar la guardia: “La precarización de los trabajadores y trabajadoras, las pocas condiciones sanitarias para los presos políticos, el aumento de la violencia de género”.
Las universidades también han atendido la emergencia. La Universidad de Chile, la pública más importante del país, ha tenido un papel fundamental para controlar la pandemia. El centro enfoca sus esfuerzos para la docencia en línea, realizan 12.000 clases para 26.000 estudiantes, mientras sus especialistas han realizado operativos de testeo de la covid-19 en las cárceles, encabezados por el rector, Ennio Vivaldi, médico de profesión. También han presentado una Estrategia Nacional de Salud Mental y han tenido iniciativas pioneras como la impresión 3D de escudos faciales para trabajadores de centros asistenciales con materiales compostables.
Suspenden las protestas, pero continúan las exigencias
“El movimiento no está paralizado”, advierte Brenda Medina, profesora auxiliar de Pedagogía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). La pandemia se atravesó en las protestas que cientos de alumnas mantuvieron en el centro desde octubre de 2019 para denunciar la violencia de género y exigir a las autoridades universitarias soluciones, pero las demandas se mantienen intactas. Las Mujeres Organizadas de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, presionadas por la crisis sanitaria, entregaron las instalaciones que tenían tomadas desde el 4 de noviembre, pero no abandonaron sus exigencias. Medina hace especial énfasis en la reforma a un artículo de la Ley Universitaria para establecer sanciones a la violencia de género. “Por lo desgastante que fue la toma, el movimiento está esperando a que mejoren las condiciones para continuar con su lucha [presencialmente]”. Lo más probable es que continúen los diálogos una vez regresen”, dice la profesora.
Algo similar sucedió en Argentina, donde la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA) se puso en pie de guerra en 2019 por un proyecto de ley que empeoraba las condiciones de los médicos residentes. Con la llegada de la pandemia y la suspensión de las clases, las protestas quedaron en pausa, a excepción de unas pocas asambleas virtuales y muchos estudiantes se volcaron en otra movilización: colaborar en la emergencia sanitaria.
La UBA, la universidad más grande del país, encabeza la campaña solidaria con unos 7.000 voluntarios que compaginan las clases virtuales con tareas de prevención, diagnóstico y cuidados en distintos puntos de la capital. Paola, estudiante de último año de Medicina, es una de ellas. Como muchos de sus compañeros, participa en la campaña de vacunación de gripe. “Nos convocaron desde la UBA y estamos repartidos en unos 80 lugares. No vacunamos en hospitales, para no llevar a gente allá, sino en escuelas y parroquias”, cuenta esta estudiante de 38 años, quien colabora dos o tres mañanas por semana. “Hay días que tenemos una clase por Zoom y entonces no puedo ir, voy al siguiente. Una compañera trabaja dos semanas al mes como técnica en un hospital y ella va a vacunar las otras dos semanas”, señala Paola.
En Perú, los estudiantes de la Universidad Nacional de Trujillo se han unido con los profesores para ofrecer asesoría jurídica gratuita o reparar ventiladores mecánicos. En otras instituciones, los alumnos confeccionan protectores faciales y los donan al personal sanitario. El estudiante de Antropología y presidente de la Federación Universtaria de Cusco, Guillermo Ramos Anahue, dice que han conseguido que la universidad exonere del pago de matrícula a los alumnos y que les otorgue un subsidio de 17 dólares para el pago de Internet.
La pandemia también ha dejado al descubierto las grietas en el sistema educativo. La mitad de las universidades públicas empezará sus jornadas a distancia. Sin embargo, según Ramos: “Ninguna está en condiciones para dar las clases por medios virtuales y los profesores y estudiantes tampoco tienen facilidad por carecer de una conexión adecuada”. Para solucionarlo, 400 alumnos serán voluntarios para capacitar a docentes y compañeros.
En Ecuador, los estudiantes de Medicina de la Universidad pública de Guayaquil protestaban hace un año por las dificultades para cumplir sus internados en hospitales de la red de salud nacional. Había un problema de cupos y, después, se sumó un intento del Gobierno de reducir a casi la mitad el pago por las residencias médicas. “La falta de planificación académica dejó sin plazas a los estudiantes, no había garantías para todos. En una segunda etapa, se protestaba por el recorte al estipendio, que ronda los 600 dólares al mes, y con el que los estudiantes tienen que cubrir sus gastos de vivienda y manutención”, rememora Christian Flores Cuenca, presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios del Ecuador (FEUE). La federación ha canalizado varias iniciativas para colaborar en medio de la epidemia, especialmente cruenta en Guayaquil. “No solo con estudiantes de Medicina, sino también de otras carreras”, acota el representante universitario. Por un lado, se ha apoyado en labores de telemedicina, dando consulta a pacientes y a otros estudiantes con problemas, pero también con tutorías académicas y con campañas de prevención y de concienciación para combatir la desinformación en redes sociales.
Carlos Charry, sociólogo y director de la maestría en Estudios Sociales de la Universidad del Rosario en Bogotá, dice que los estudiantes han sabido adaptar a las circunstancias actuales los modelos de organización que les ha funcionado para salir a las calles a manifestarse. “Están trabajando en red, de manera colaborativa, con liderazgos horizontales”, apunta y sentencia que lo que están haciendo ahora, a pesar de las dificultades que genera la pandemia, les dará aún más legitimidad para hacer sus reclamos. Volverán y, como dicen algunos, lo harán con más fuerza.
Con información de Sally Palomino desde México, Jacqueline Fowks desde Lima, Sara España desde Guayaquil, Mar Centenera desde Buenos Aires y Rocío Montes desde Santiago de Chile.