El presidente estadounidense no cree que Putin “esté bromeando cuando habla sobre el uso de armas” de ese tipo.
Biden dijo que no creía que el presidente ruso, Vladímir Putin, un tipo al que conoce “bastante bien”, añadió, “esté bromeando cuando habla sobre el uso de armas nucleares tácticas o armas biológicas o químicas”. Y después añadió: “No nos hemos enfrentado a la perspectiva del armagedón como la de ahora desde [la presidencia de] Kennedy y la crisis de los misiles en Cuba”.
El presidente estadounidense también desconfía de la posibilidad de que el Kremlin planee usar armas de rango menor. “No creo que sea fácil emplearlas sin desatar un apocalipsis”, dijo.
Las declaraciones las han recogido los medios presentes en el evento, pensado para reforzar las opciones del partido ante las próximas elecciones legislativas del 8 de noviembre. Esas palabras de Biden, un mandatario con una probada capacidad para meterse en líos con las cosas que suelta a la ligera, vienen a contradecir los análisis de algunos altos funcionarios estadounidenses, como el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, John Kirby, que han asegurado esta misma semana que no observan indicios en las fuerzas rusas que hagan pensar en un cambio de actitud hacia la idea de una escalada nuclear. “No hemos visto ninguna razón para ajustar nuestra postura estratégica, ni tenemos indicios de que Rusia se esté preparando para usar armas nucleares de manera inminente”, dijo el martes la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre.
Desde el comienzo de la crisis ucrania (y, sobre todo, durante las semanas que antecedieron al principio de la invasión), los servicios de inteligencia estadounidenses han empleado una táctica que algunos analistas han definido como “la estrategia del megáfono”, consistente en guardarse muy poca de la información que iban recabando sobre las intenciones del Kremlin. A ratos pareció una opción exagerada y arriesgada, pero muchas de las previsiones lanzadas durante aquellas semanas del pasado invierno acabaron por cumplirse.
La crisis de los misiles de Cuba, esos 13 días del otoño de 1962 que siguieron al descubrimiento por parte de Estados Unidos del despliegue secreto de armas nucleares de la Unión Soviética en la isla, a punto estuvo de llevar al planeta a un escenario de aniquilación nuclear. Washington recabó pruebas de que Moscú contaba en Cuba con varias rampas de lanzamiento de cohetes balísticos de alcance medio con una potencia de carga nuclear de un megatón, 77 veces más poderosa que la bomba de Hiroshima, y con la capacidad de llegar al corazón de Estados Unidos. Entonces, la cosa no llegó a mayores. Y Kennedy ganó al presidente de la URSS, Nikita Jrushchov, la partida estratégica.